EconomiaInvestigación y Ciencia

¿Qué pasaría si, en lugar de diseñar programas sociales complejos, simplemente entregáramos dinero en efectivo a los más pobres?

La ciencia ya tiene la respuesta.

11 de junio de 2025

Durante décadas, la idea de dar dinero en efectivo sin condiciones a los pobres fue vista con sospecha. Políticos, economistas y opinadores temían que los beneficiarios dejaran de trabajar, gastaran irresponsablemente o se volvieran “dependientes” del Estado. Pero ahora, una revisión masiva de la evidencia científica parece estar zanjando ese debate con claridad inusual: las transferencias monetarias incondicionales (TMI) no solo funcionan, sino que lo hacen mejor de lo que muchos programas más caros y complejos jamás han logrado.
Un nuevo metaanálisis, liderado por los economistas Tommaso Crosta, Dean Karlan y colegas, ha revisado 115 estudios aleatorizados que evaluaron 72 programas de TMI en 34 países de ingreso bajo y medio.
El resultado es claro: dar dinero directamente a las personas mejora casi todas las dimensiones posibles del bienestar humano. Aumenta el consumo, eleva los ingresos, mejora la salud mental, incrementa la seguridad alimentaria y hasta reduce el estrés y la depresión. Y no, no reduce la oferta laboral. Todo lo contrario.
Trabajan más, no menos, uno de los hallazgos más sorprendentes es que las TMI aumentan la participación en el mercado laboral. Lejos de desalentar el trabajo, el efectivo facilita que las personas lo consigan. “Las transferencias permiten a los hogares salir de trampas de pobreza”, explica el estudio. Tener algo de dinero ayuda a cubrir el transporte, pagar por herramientas o aguantar el tiempo entre entrevistas. La participación laboral sube en promedio 4,6 puntos porcentuales, mientras que los ingresos aumentan US$ 22,7 por cada US$ 100 entregados mensualmente.
Pero no es solo una cuestión de horas. Las TMI transforman la estructura del trabajo. Disminuye el empleo asalariado precario, y aumentan los emprendimientos por cuenta propia, sobre todo en sectores no agrícolas. En otras palabras, las personas usan el dinero para escapar de la precariedad y tomar el control de su tiempo y de sus ingresos.
¿Ingreso o inversión? Depende de cómo se entrega, este metaanálisis también ilumina una diferencia crucial: no es lo mismo entregar una suma grande una sola vez que transferencias mensuales. Las transferencias periódicas –los “streams”– se consumen casi en su totalidad: por cada US$ 100 entregados, el hogar promedio gasta US$ 83,7 adicionales al mes. La propensión marginal a consumir es tan alta que el efecto es equivalente a recibir un ingreso estable.
En cambio, cuando se otorga una suma global, un “lump sum”, las personas tienden a ahorrar o invertir. Esas inversiones dan frutos, los activos del hogar aumentan hasta US$ 26 por cada US$ 100 recibidos, con un retorno estimado cercano al 30 % anual. Eso es más de lo que rinde cualquier bono del Tesoro.
No hay “montos mágicos” ni umbrales secretos, muchos modelos teóricos han sostenido que existen trampas de pobreza, entendido como supuestas barreras que solo pueden superarse si se entrega una cantidad significativa de recursos. Sin embargo, este metaanálisis no encuentra señales de rendimientos crecientes ni umbrales claros.
El efecto del dinero es lineal: entregar el doble produce aproximadamente el doble de impacto, sin necesidad de llegar a montos mínimos “transformadores”.
Esto es una gran noticia para los responsables de política pública. Significa que incluso transferencias modestas pueden generar beneficios visibles.
Las mujeres saben qué hacer con el dinero, uno de los hallazgos más potentes tiene que ver con a quién se entrega el dinero. Cuando la transferencia se asigna a una mujer, el impacto en el consumo es mayor. También lo es el aumento en los ingresos. En programas que otorgan el dinero a hombres, el efecto también es positivo, pero menos claro. Esto coincide con décadas de evidencia sobre el rol clave de las mujeres en el bienestar familiar.
Además, cuando las transferencias vienen “etiquetadas” para propósitos específicos, como salud infantil o alimentación, las familias tienden a gastar más en esas áreas, incluso si el dinero sigue siendo incondicional. Un simple mensaje basta para reorientar las prioridades.
¿Y si esto fuera la nueva norma? la evidencia es tan abrumadora que los autores del estudio lanzan una provocación final: cualquier política pública que pretenda mejorar la vida de los pobres debería compararse contra el estándar de simplemente entregar dinero. Si un programa cuesta más y no logra superar el impacto de una transferencia directa, tal vez no vale la pena implementarlo.
Esto plantea una pregunta incómoda para tecnócratas y gobiernos que aún privilegian programas caros, complejos y paternalistas: ¿es posible que lo más efectivo sea también lo más simple?
Quizás ha llegado el momento de escuchar lo que la evidencia ya está gritando.
Por: Ricardo Alonzo Fernández Salguero
Referencia
Crosta, T., Karlan, D., Ong, F., Rüschenpöhler, J., & Udry, C. R. (2024, agosto; revisado en 2025, abril). Unconditional cash transfers: A Bayesian meta-analysis of randomized evaluations in low and middle income countries (NBER Working Paper No. 32779). National Bureau of Economic Research.
Banner Alcaldia Tarija

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba