OpiniónPolítica

Zombis de la polarización

19 de octubre de 2024

La implosión del masismo y la anomía de las oposiciones tradicionales son reveladoras de la aguda crisis de representación que está erosionando la gobernabilidad del país. Sin embargo, como zombis en medio de un mundo devastado, las dirigencias siguen actuando como si nada pasara a su alrededor, devorándose entre sí, suponiendo que son dueñas de las voluntades y sobre todo del voto de los ciudadanos.

Al final, más allá de sus grotescas vicisitudes, la pelea masista encuentra su sentido en una única creencia, que es compartida por los grupos dirigenciales de ambas facciones: el que se quede con la sigla es dueño de casi todo el espacio de la izquierda nacional popular. Por tanto, no importa cómo se haga, de lo que se trata es de eliminar al adversario coyuntural, para quedarse solito y obtener el voto del 40% que le ha sido leal a esa fuerza por casi dos décadas.

Al otro lado de la acera, los razonamientos tampoco son más sofisticados. Todos le tienen un amor desbordado a la polarización anti-masista, es decir a la convicción que, llegado el momento, un otro 40% de ciudadanos podría incluso votar por Drácula si estuviera en la boleta contra un masista. De ahí, el melodramático llamado a la “unidad”, deporte favorito de las elites opositoras y de sus adláteres mediáticos, las cuales a punta de encuestas intentan unir a moros y cristianos porque “si no, no se gana”.

Convengamos que ambas narrativas tienen algo de cierto, la coyuntura 2018-2020 fue el momento en el cual más sentido tuvieron ambas interpretaciones, con impactos en los resultados electorales y las movilizaciones callejeras. Fueron los años dorados de la polarización, pititas contra masistas, eso era el país, en eso también coinciden las historias oficiales de ambos bandos. Era fácil elegir el “mal menor” sin pensar en sus consecuencias, basta ver la gestión de Iván Arias para entender lo dañino de esas lógicas.

Sería, por tanto, irrealista no darle a la polarización en torno al masismo su importancia para comprender las dinámicas políticas y electorales. De hecho, soy de los que consideran que en estos decenios han cristalizado en el país dos poderosas identidades políticas, una masista nacional popular, y otra de carácter más negativo y de resistencia, una suerte de antimasismo sociológico, pero no por ello menos intenso y relevante.

El problema es que ambas lógicas funcionan más o menos con intensidad para algo más del 20% de ciudadanos en uno y otro lado, mientras el resto de la población se sitúa en un continuo de sentimientos, posicionamientos y expectativas políticas mucho más complejos que la bipolaridad radicalizada. Aún más, la gente, incluso aquellos pertenecientes a grupos vulnerables o con menor escolaridad, no deja de actuar según sus intereses concretos y sus ideales y visiones de mundo. No son marionetas sin cerebro y sin espíritu, como creen las elites partidarias.

Por eso, es falso pensar que el elector masista votará por cualquier personaje con una bandera azul blanca sin importar las barbaridades y traiciones que haya cometido. Las mayorías de ese partido fueron posibles por momentos históricos donde convergieron un poderoso proyecto político, que respondía a sus expectativas y una dirigencia con capacidad para representarlos y efectivizar sus mandatos. Esa fue la alquimia, de una gran racionalidad y con un vínculo emotivo real con los líderes de esa aventura. Aspectos que brillan por su ausencia a la vista de la soberbia de las actuales dirigencias oficialistas que se están disputando.

Parecido en las oposiciones, cuando sus dirigentes erraron apostando a la radicalidad y solo al rechazo al MAS, se quedaron con su tercio y nada más, fueron minoría durante quince años. Cuando casi empatan no fue tanto por su intenso pititismo, sino por el cansancio de algo más del 10% de electores masistas a los que la continuidad de Morales no les parecía buena idea. Por eso, Evo obtuvo menos del 50% en 2019, pese a que el 60% estaba satisfecho con su gobierno.

Ahora bien, en una Bolivia al borde de la crisis económica y después de un quinquenio de incertidumbre, frente a un gobierno masista inoperante, dirigencias zombificadas y la experiencia no muy alejada de una contrarrevolución derechista corrupta e ineficiente, con un recuerdo aún fuerte de los buenos tiempos, el espacio de la indecisión y de la volatilidad se está constituyendo en el núcleo central y mayoritario del electorado. Es ahí donde se ganará la elección, no en los extremos porque estos se están reduciendo.

Por Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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