En la capital mexicana existen decenas de barrios y colonias populares, pero ninguna es tan popular como Tepito, un lugar en donde confluyen el comercio, la comida, la música, la fiesta, el arte plástico, la fe, la literatura, pero también la inseguridad, la ilegalidad y un aura de misterio que atrae a cientos de turistas.
Y es justamente el turismo y todo lo que acarrea consigo lo que ha detonado un nuevo debate en semanas recientes, pues en el llamado barrio bravo se ofertan ya tours que se cobran en dólares y se dan en diferentes idiomas extranjeros, como inglés, alemán y polaco.
Además de visitar el famoso tianguis tepiteño, los recorridos también se realizan en las vecindades de la zona, por lo que varias personas han señalado que «pasean al gringo entre las casas como si fuera una atracción».
«No existe ningún dato en sus redes que indique que las personas de las vecindades están de acuerdo con esa practica, o que la empresa done parte del dinero a las vecindades. Incursionan en el turismo de pobreza y lucran con la vulnerabilidad de los habitantes», acusó una usuaria de X (red social antes llamada Twitter).
Legado histórico
Ubicado al norte del Centro Histórico de la Ciudad de México, dentro de la jurisdicción de la alcaldía Cuauhtémoc, Tepito se caracteriza por su historia y su alta actividad comercial, dinámica que se remonta incluso a la época prehispánica del país latinoamericano.
Con base en información sobre el barrio de una tesis presentada ante la Universidad Nacional Autónoma de México (
UNAM), en 1337 un grupo de mexicas descontentos se separaron de Tenochtitlán y fundaron Tlatelolco.
A la vez, ellos fueron los que crearon y comenzaron las actividades comerciales de la zona en donde hoy se radica Tepito. Asimismo, el escrito señala que para los años 1500, la localidad fue incluso escenario de la última etapa de la conquista; y durante el virreinato, sus habitantes sufrieron y resistieron el nuevo orden gubernamental.
El nombre de Tepito proviene del náhuatl Teocaltepiton, cuya etimología lo liga a la voz teocalli, que significa templo, y tepiton, que significa pequeño. Así, Tepito vendría siendo el pequeño templo.
De acuerdo con el doctor en estudios latinoamericanos por la UNAM Silvano
Rosales Ayala, es esta historia que data de tiempos prehispánicos lo que, en parte, hace de Tepito un barrio tan emblemático de la Ciudad de México, escenario de la emblemática obra literaria
Crónica de los chorrocientos mil días del Barrio de Tepito: En donde se ve como obrero, ratero, prostituta, boxeador y comerciante juegan a las pipis y gañas, o sea, en donde todos juntos comeremos chi-cha-rrón, del escritor local Armando Ramírez.
Actualmente, el barrio bravo ocupa parte de varios ejes viales importantes de la capital: Eje 1 Norte, a la altura de Granaditas; Eje 2, a la altura de Canal del Norte; Paseo de la Reforma al oeste y Eje 1 Oriente a la altura de Avenida del Trabajo. Aunque no hay habitante de la capital que ignore la existencia de Tepito, esta zona no es una colonia, sino un cuadrante perteneciente a la colonia Morelos.
El barrio bravo y turístico
Si bien la zona es rica en cuanto historia y cultura, también es de las más peligrosas de la capital mexicana. De acuerdo con
datos de la Fiscalía capitalina, entre enero y septiembre de 2023 tan solo en la colonia Morelos se han registrado
29 homicidios dolosos con arma de fuego, arma blanca o por golpes. La cifra es superior al total de asesinatos registrados en el mismo periodo de tiempo en la alcaldía Benito Juárez y Coyoacán.
Además, la Morelos es también cuna del único grupo del narcotráfico capitalino que es ya considerado un cártel de la droga por su fuerte estructura: la Unión Tepito, una fuerza criminal a la que se le achacan acciones ilícitas no solo relacionadas a la droga, sino también a la extorsión y el secuestro.
La cultura de trabajo rudo entre sus habitantes, el comercio histórico que ha marcado la zona, así como la inseguridad han hecho de Tepito un barrio tan interesante como temido. Y es justamente esta mística macerada con peligro lo que ha generado que el cuadrante sea tan atractivo para sus visitantes, asegura el doctor Rosales Ayala en entrevista con Sputnik.
Pero además de esto, subraya, en la historia moderna de México Tepito ha sido también fuente de inspiración para el cine y la literatura, así como un foco cultural importante para la capital, objeto de estudio por sus particularidades. De hecho, explica el latinoamericanista, los tours no son algo nuevo en el cuadrante, sino que se trata de una dinámica con décadas de ejercerse.
«Los primeros tours que se ofertaron en los años 90 tenían un carácter artístico y cultural, y los promovió el líder Alfonso Hernández (conocido como ‘el hojalatero cultural’)», apunta el también autor de Tepito. ¿Barrio vivo? y ¿Quo Vadis, Tepito?
Con él coincide el doctor en ciencias políticas y sociales Jovani Rivera, quien en charla con este medio explica que estos paseos turísticos son parte de las prácticas comunes de los habitantes del lugar; sin embargo, añade que cuando tienen un fin de lucro, lo ideal es que se empaten con un trabajo pedagógico y simbólico que retribuya en algo a los colonos.
«Si no lo empatas con un trabajo pedagógico, simbólico, esto se queda nada más en dichos y, entonces sí, se exotiza, se vuelve morbo (…) Hay que hacer la cosa más simétrica, conocer que estas personas no son objetos, que no están aquí para tu diversión y esto no es un circo», sentencia.
En términos de turistificación, añade Rosales Ayala, el llamado barrio bravo «ofrece múltiples atractivos para turistas que buscan cierto tipo de atracciones», además de que un punto a su favor es la centralidad: está muy cerca, a unos cuantos kilómetros, del primer cuadro de la capital mexicana.
¿Ser barrio es chido?
Además de su importancia comercial y cultural, otro punto que ha abonado a que Tepito se convierta cada vez más en un punto de interés para turistas nacionales y extranjeros es una nueva lógica
sobre la política identitaria, indica el también sociólogo Jovani Rivera.
«Hace 20 años, todavía ser de barrio ni estaba ‘chido’ ni estaba bien ni era algo para presumir; al contrario, era algo que querías quitar, que no querías mencionar. Algo ha pasado con la política identitaria que ha generado este interés», explica.
Sin embargo, a pesar de que Tepito siempre ha sido un punto rojo de la capital mexicana, el cuadrante suele despertar admiración «por muchas cosas, entre ellas la cultura del trabajo, de resistencia: de resistir pese a todo, a pesar de la inseguridad, de las carencias».
Tepito existe porque resiste es una de sus consignas más recurridas, por ejemplo.
Y ha sido esta ambigüedad la que ha abonado a que alrededor del barrio se construya una «mística misteriosa» que, asegura el experto, es también explotada y gustada por sus propios habitantes.
«Todos los tepiteños vivimos de nuestro performance. Todos sabemos que esto tiene un valor para la gente, y por eso hay gente que lo quiere ver, que lo quiero vender, que lo quiere presumir»; sin embargo, «en la medida de que Tepito tiene su aura misteriosa, nos impide conocer a la gente. Porque hay ahí toda una película de peligro que nos impide pasar y que justo esto está exotizado, exagerado, cuando en Tepito hay gente normal, de trabajo», apunta.
Ambos expertos coinciden en que los recorridos turísticos por la zona no deben satanizarse, pues algunos conllevan intentos loables para desmitificar al «barrio bravo», que tiene una identidad tan poderosa como común.
«Si es tan poderosa la identidad tepiteña es porque mucha gente se puede ver en ella, porque tiene todo esta cosa social chilanga de sobrevivir, salir, trabajar, ser fuerte, enfrentar los peligros y salir adelante. Puesto así, suena algo normal y que hace mucha gente en muchos lados, pero en Tepito está toda esta película mística que no te permite ver eso», abunda Rivera.
Para el también sociólogo Rosales Anaya, actualmente Tepito ya no es un barrio, sino «un equipamiento urbano resultado de los intereses comerciales y de la complicidad de los líderes de comercio y las autoridades para dar lugar a una globalización desde abajo», concluye.
Por Daniela Díaz