Mas y su circo shakespeareano

17 de diciembre de 2024
Los últimos días de cada año tienen un rasgo: realizar las valoraciones periódicas correspondientes. En el campo periodístico ya es muy recurrente realizar los anuarios para dar cuenta los hechos y los protagonistas que resonaron en el quehacer público. Sin duda alguna, este 2024, quizás uno de los hechos más sonados —por su permanencia en la agenda política y, en consecuencia, en la agenda mediática— fueron las trifulcas al interior del partido oficialista: el Movimiento Al Socialismo (MAS).
Esas luchas encarnizadas entre evistas y arcistas, en muchos de los casos, llegaron a ser parte de un espectáculo grotesco que solamente contribuyó —atizado por los mass media y las redes sociales— a la banalidad de la política. Esta trivialización de la política boliviana incluso alcanzó a la desinstitucionalización de la justicia con derivas peligrosas para la propia democracia.
En la política, el trasfondo es importante, pero —también— es significativo las formas. O sea, la estética. Obviamente, por la naturaleza misma del juego político, la estética o las formas quedan relegadas a esos perversos intereses políticos y personales. De allí, la lucha ideológica que debería ser el horizonte de esa pugna política queda relegada para dar paso a una telaraña de intereses sórdidos enmascarados en una discursividad sin sentido y vacuo.
En la lucha política, la deslegitimación del “otro”, su rival, dicho sea al paso, ambos (evistas y arcistas) surgieron de la misma matriz política/ideológica; en ese afán, ellos se convirtieron en personajes cómicos que, ataviados de arlequines y bufones, protagonizaron escenas circenses con implicancias para la democracia y la economía boliviana, un espectáculo burlesco que desnudó la verdadera naturaleza humana de estos personajes cómicos; pero, de esa comicidad, paulatinamente, transitó, como si fuera parte de una escena de un circo griego, a una tragedia, entendida, como una estocada al proyecto político gestado desde el bloque nacional-popular.
El tema de fondo estriba, precisamente, en esta cuestión: hacer política es sumergirse en esos arrabales malolientes sin percatarse que ese espectáculo de baja monta está clausurando, en el caso específico de las peleas en el MAS, un ciclo político que en su esencia sirvió para ampliar los derechos, especialmente, de los más vulnerables en aras de una justicia social. Pero, todo ello quedó ignorado por esos actores por ese apetito voraz por entornillarse en el poder. Sin reflexionar que esa legitimidad de origen de ese poder proviene, fundamentalmente, por la tenacidad de las luchas populares que bregaron, desde el inicio de este siglo, en aras de la transformación estatal en la búsqueda de una Bolivia mejor, con mayor igualdad social.
Entonces, lo grotesco es parte intrínseca de la maquinaria política. O sea, los ridículos —sea como parte del arma política o sea como parte de la naturaleza constitutiva— de los arlequines o bufones parecen destinados hacer de la práctica política en un mamarracho que en un contexto donde la comunicación es veloz y viral hacen que la extravagancia —o como diría Michel Foucault—, la indignidad del poder, se magnifique mucho más.
Obviamente, es una infamia del soberano que habla Foucault retratada en aquellas obras teatrales de Wiliam Shakespeare. Tragedias de los reyes que plantean este tema de la infamia de la soberanía, pero, en tiempos democráticos, esa infamia parece incrustarse en aquellos personajes devenidos en arlequines y bufones negadores que su tiempo político venció o su gestión gubernamental fue un fiasco.
Por Yuri Flores