Opinión

Lo que Tuto dijo expresamente y lo que Tuto dijo connotativamente

26 de abril de 2025

Una entrevista del candidato Tuto Quiroga sobre cuestiones étnico-raciales ha generado un conjunto de comentarios interesantes (Jauregui, Macusaya, Orellana, et al.) Como no he coincidido con ninguno de estos textos, incluso habiendo quedado casi satisfecho con el de Luciana Jauregui, hago mi propia intervención sobre este tema.

Me parece, en primer lugar, que la declaración de Quiroga expresó una ideología bastante generalizada en la sociedad boliviana. Detrás de sus expresiones contradictorias se encontraba claramente el usual negacionismo de la jerarquía étnico-racial y, por tanto, del racismo estructural boliviano. La evidente intención del candidato era subrayar que “todos somos bolivianos”, que “somos lo mismo” como ciudadanos y seres humanos, y que en general así actuaríamos, como una unidad, si ciertos políticos no hubieran logrado hacernos creer algo diferente.

Para demostrar su punto, Quiroga, sin embargo, usó el mismo vocabulario racializado que intentaba hacer creer que era una pura invención política. La primera parte de su alocución, llena de consideraciones raciales, contradijo su conclusión ramplona y homogeneizadora del final, algo de lo que él, por otra parte, me parece que se dio cuenta al terminar su respuesta.

Quedémonos con la primera parte. En ella, por un lado, quiso negar la operatividad del concepto de raza y, por el otro, organizó su identidad y la de los otros en torno a la sombra de este concepto desterrado. “Yo tengo más sangre indígena que tal, pero tengo menos que cual”. “Los ‘mestizos’ (cholos) engañan a los indígenas porque no tienen en realidad sangre india, yo sí”, etc.

Aquí resulta pertinente recordar la observación de Stuart Hall sobre la anulación, desde la segunda posguerra, de la raza como criterio de identidad y el simultáneo uso de los hechos que ese concepto desaparecido designaba (fenotipo, sangre, etc.) como las marcas reales, pero invisibles, de las identidades contemporáneas.

Este contradicción comienza en los años 50 del siglo XX, que fue la fecha en la que el contenido “científico” que supuestamente contenía la raza desapareció y ya no pudo ser defendido en el discurso público. Desapareció la raza, pero no el racismo, que teóricos como Etienne Balibar comenzaron a llamar, por eso, “post-racismo”. Un racismo sin raza pero armado todavía de las diferencias físicas y culturales que le permiten racializar a las personas, aunque esta sea una racialización “fantasma”.

“Vamos a hacernos un examen de sangre y veremos que yo tengo más sangre indígena que García Linera”, dijo Quiroga. Así quiso hacerse al simpático con los indígenas al aceptar que es indígena en parte (en mayor parte que García Linera, al menos).

Este fue el mensaje expreso, que de suyo resultaba paternalista. Pero el implícito fue peor: “Tengo tal cantidad de blanquitud que no me importa que mi examen de sangre dé un contenido mayor de sangre indígena que el de otros blancos, admírenme”. Y todavía más: “Soy brillante en esta entrevista porque soy capaz de decir algo que llama la atención, que nadie más diría, que me hace especial y por tanto digno para la presidencia: puedo decir que tengo más sangre indígena que los masistas”. Al revés que cierto ministro de minería que en 2020 aseguró que no era masista porque tenía el cabello ensortijado y ojos verdes. Este hacía marketing de su blanquitud porque la sabía precaria, era un jugador más ingenuo del juego racista. En cambio, Quiroga es un jugador de un nivel superior, un verdadero portador del posracismo.

En el posracismo, la superioridad racial solo se expresa por caminos retorcidos, como, por ejemplo, el de encarar a los indígenas y espetarles: “Oye, ¿por qué politizas tu diferencia y te organizas y protestas si tú y yo somos iguales?” Y luego afirmar que ese encaramiento no es racista, toda vez que invoca la igualdad. Y aún más, simultáneamente acusar a quienes politizan la diferencia (luchan contra la asimetría de esta diferencia) de racistas, porque “la raza ya no existe”.

Por si esta estrategia retórica no fuera comprendida por todos, Quiroga también se comparó con quienes consideraba que sí eran más indígenas que él (pese a que “la raza no existe”): “Sin duda soy menos indígena que Choquehuanca, que Patzi”, señaló. En otras palabras, “llevo sangre indígena, pero, ojo, no soy indio”.

Y, como corolario, tenemos el acto más racista imaginable: definir quién es indio “puro” y quién blanco camuflado. El “racismo de la designación”. Y hacerlo en base a la sangre, además. Exactamente como hacían las autoridades coloniales y sus categorías de “españoles”, “criollos americanos”, “indios”, mestizos de diferentes gradaciones, “pardos”, etc.

Lo “woke” exige que no se hable del cuerpo de las otras personas ni de su identidad. Alienta a que cada quien que se identifique como quiera, porque, justamente, con la desaparición de las razas se borraron también las esencias de los grupos humanos. Pero en realidad no se borró nada. Lo woke es un precepto, nada más. Y está en retirada, aunque Quiroga no esté absolutamente en contra, pues no quiso ser abiertamente racista, a la Trump o a la Musk. Solo posracista.

No solo se trata de una actitud de Quiroga. Hemos dicho que es parte de una ideología general. Negarle a Evo Morales el derecho a ser indio es algo en lo que ya han incurrido desde el recién fallecido Vargas Llosa (a quien Quiroga probablemente intentaba emular) hasta Silvia Rivero.

Como último elemento, en el fondo del discurso de Quiroga actuaba el pensamiento del mestizaje universal, esa estrategia coercitiva que sirve para regular y reprimir la disidencia étnico-racial en Bolivia. “Aquí todos van a ser mestizos, quieran o no”. “Aquí todos van a ser ‘iguales’, quieran o no”. O si no, serán considerados racistas.

Como se ve, toda emisión ideológica está compuesta por aquello que hace explícito y aquello que trasmite de forma silenciosa o invisible. Lo más importante es lo segundo.

Esta ideología general de la sociedad boliviana no es producto del Estado Plurinacional, es preexistente a este, muy preexistente; repito que en su forma “post” comenzó con la desaparición del racismo científico a fines de los años 40, y ha tenido hegemonía desde entonces. Por eso esta ideología es la que ha operado sobre el Estado Plurinacional y la que ha neutralizado su potencial emancipador. Es una ideología que ha salido victoriosa de múltiples batallas.

El negacionismo del racismo es probablemente la ideología más general y recalcitrante de la sociedad boliviana: se piensa desde la élite y se acata casi sin contestación desde abajo. Quiroga solo es, como muchos otros políticos y académicos, un “intelectual orgánico” de tal ideología.

Por Fernando Molina

 

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