Economia
La promesa vacía de lo liberal-libertarismo: ¿Por qué Mises y Nozick no resisten el examen de la razón ni de la realidad?
18 de junio de 2025
En tiempos de incertidumbre política y regresión institucional, es comprensible que algunas almas se vuelquen hacia doctrinas que prometen libertad absoluta y certezas morales inquebrantables. Robert Nozick y Ludwig von Mises encarnan ese tipo de figuras: arquitectos de sistemas conceptuales rigurosos que, sin embargo, colapsan cuando se los pone a prueba fuera del papel. Escribo esto no con ligereza, sino con el cuidado de quien confronta cada uno de sus argumentos. Y precisamente por eso los critico. Porque sus teorías —por seductoras que sean en apariencia— no resisten ni la lógica interna cuando se toman en serio, ni el contraste con el mundo que dicen querer explicar. Esto explica la reticencia existente en la academia de la escuela austríaca de Economía, a la vez que explica, que tantos epistemólogos la consideren una pseudociencia (entre otras razones).
Comencemos con Nozick. Su obra más conocida, Anarchy, State, and Utopia (1974), parte de cuatro pilares normativos: la auto-propiedad absoluta, un “proviso” fuerte de Locke que exige que nadie quede peor tras una apropiación, restricciones morales inalienables a la coacción incluso si el resultado es mejor en términos utilitarios, y un Estado mínimo cuya única función es proteger los derechos derivados de esos principios. No hay margen para la ambigüedad: son axiomas categóricos, no sugerencias pragmáticas. El problema es que, mantener esos cuatro pilares a la vez es imposible. Si uno toma en serio la auto-propiedad y el proviso fuerte, entonces cualquier apropiación de recursos naturales genera un daño que debe ser compensado. Si nadie debe quedar peor, la única solución es una transferencia que, en el límite, equivale a redistribuir todo el valor generado por esos recursos. Estamos, sin quererlo, en el corazón de una economía de renta básica universal o de impuestos georgistas (Cohen, 1995; Otsuka, 2003). El libertarismo nozickiano, llevado a su conclusión lógica, desemboca en una forma igualitaria que pretende evitar.
Más aún, la idea misma de auto-propiedad pierde sentido si no hay acceso igualitario a medios materiales para ejercerla. En un mundo donde unos pocos controlan tierra y a veces, agua, ¿de qué sirve ser dueño de uno mismo si no se puede hacer nada con ese «yo»? Esta es la paradoja que Cohen describió como: la libertad formal sin medios materiales es una ilusión (Cohen, 1995). Y si se intenta sostener el sistema nozickiano recurriendo a la historia para legitimar las actuales posesiones, nos enfrentamos con otra imposibilidad. Las cadenas de transferencia justa que exige Nozick son epistémicamente irrecuperables. Nadie puede probar, de manera rigurosa, que su propiedad no se origina en alguna injusticia pasada —y, sin esa prueba, la justicia histórica queda vacía. Como lo señaló Steiner (1994), el precio de tomarse en serio el principio de rectificación es una redistribución tan amplia que vuelve inoperante la estructura de derechos adquiridos.
Incluso si ignoráramos estos problemas, el propio Estado mínimo entra en contradicción con la teoría que lo justifica. Para proteger los derechos, el Estado debe prohibir coercitivamente que otras agencias compitan en su territorio. Pero al hacerlo impone su autoridad sin consentimiento unánime, cobrando tasas y administrando justicia como cualquier aparato fiscal. Eso infringe las mismas restricciones laterales que Nozick había declarado inviolables. La consecuencia es brutalmente clara: su sistema se autonega. Si quiere proteger los axiomas, debe dejar de ser mínimo. Si quiere ser mínimo, debe violar sus axiomas.
Por donde se lo mire, la teoría de Nozick es una trampa lógica. Sus defensores, al advertir esto, proponen versiones más débiles del “proviso” o relativizan las restricciones laterales. Pero al hacerlo, abandonan lo que hacía distintivo al libertarismo frente al utilitarismo o al contractualismo. Lo que queda es un sistema que no se sostiene ni filosófica ni económicamente. Nozick quería ofrecernos una utopía moralmente pura; lo que nos dio fue una paradoja que solo se resuelve abrazando, paradójicamente, políticas que se parecen mucho a las que él combatía.
Ahora pasemos a Mises, cuya «praxeología», tal como la presenta en Human Action (2008 [1949]), pretende ser una ciencia a priori de la acción humana. Desde un solo axioma («el hombre actúa»), Mises deduce todas las leyes económicas mediante razonamiento lógico puro. No hace experimentos. No necesita datos. El solo hecho de negar su axioma ya sería una prueba de que uno está actuando, y por tanto confirmándolo. Pero esto, aunque ingenioso, es una forma elaborada de tautología. El axioma es tan general que no puede ser refutado por ningún hecho observable. Y si una teoría no puede ser refutada, no es científica. Así lo dejó claro Karl Popper hace casi un siglo (Popper, 1959). La praxeología no está dispuesta a correr ese riesgo. Prefiere permanecer en su torre de marfil, deduciendo verdades lógicas que no se manchan con la experiencia.
El problema va más allá de la infalsabilidad. Como señaló Quine (1986), ningún enunciado vive aislado: todos forman parte de una red de creencias que puede ser modificada cuando la experiencia lo exige. Insistir en que un axioma es absolutamente incuestionable, como hace Mises, es ignorar el carácter dinámico del conocimiento. Y Putnam fue aún más lejos: incluso los juicios aparentemente necesarios deben someterse a revisión si las consecuencias que generan resultan insostenibles (Putnam, 2012). ¿Por qué las ciencias naturales, que han revisado incluso su geometría y lógica (como en física), deberían aceptar que la economía se guíe por un axioma inmutable?
Desde el punto de vista kantiano, además, hay una confusión básica. Los juicios a priori estructuran la experiencia, sí, pero no generan contenido empírico por sí solos. Sin datos, sin verificación, sin observación, no hay ciencia, hay otra cosa (Kant, 1781). Mises confunde un principio regulativo con una verdad fáctica, y construye toda una teoría que parece explicar el mundo sin mirarlo jamás. Es, como diría Mario Bunge (1998), una forma de pseudociencia elegante: bien formulada, pero incapaz de ser contrastada con la realidad.
Y si aún quedaran dudas, basta mirar lo que la economía del comportamiento ha demostrado. No todas las acciones son racionales, aunque sean intencionales. Las personas toman decisiones bajo sesgos, errores sistemáticos, emociones y heurísticas que contradicen la imagen de racionalidad perfecta que Mises da por sentada. Kahneman y Tversky (2017) lo demostraron en decenas de experimentos. Pero la praxeología, al identificar racionalidad con intencionalidad, se vuelve ciega a estas distinciones. No puede distinguir entre una inversión óptima y una impulsiva, entre una elección informada y una manipulada. Todo es «racional» por definición. Pero una definición que explica todo no explica nada.
Por todo esto, critico a Nozick y a Mises. Porque creo que sus teorías, por interesantes que parezcan, terminan atrapadas en su propia lógica o desconectadas de la experiencia. Y en tiempos donde necesitamos más que nunca teorías que sean tanto coherentes como útiles, necesitamos dejar atrás las promesas vacías de la utopía libertaria. La libertad no se defiende negando la realidad o mezclándolas con conceptos difusos y contradictorios.
Hay un excelente libro que recopila artículos de van Parijs, que se llama ¿Qué es una sociedad justa? para mí refuta duramente a Nozick, lo pondré en las referencias y 2 fuentes que son mías, una crítica a la praxeología de Mises y la otra a Nozick, espero que sea de su agrado.
En general, encuentro, bastante razonable el rechazo existente en la academia por la escuela austríaca, que múltiples epistemólogos la rechacen y la consideren pseudociencia, por estas razones, además de otras, como su reticencia por la matemática y la econometría.
Por: Ricardo Alonzo Fernández Salguero
Referencias
Bunge, M. (1998). Philosophy of science: From explanation to justification (Vol. 2). Transaction Publishers.
Cohen, G. A. (1995). Self-ownership, freedom, and equality. Cambridge University Press.
Fernández Salguero, R. A. (2025, febrero 7). Crítica a la praxeología de Mises. Academia.edu.
Fernández Salguero, R. A. (2025, junio 11). Una crítica sistemática al libertarismo de Robert Nozick. Academia.edu.
Kahneman, D., & Tversky, A. (2017). Choices, values, and frames. Cambridge University Press.
Kant, I. (1781). Crítica de la razón pura.
Nozick, R. (1974). Anarchy, state, and utopia. Basic Books.
Otsuka, M. (2003). Libertarianism without inequality. Oxford University Press.
Popper, K. R. (1959). The logic of scientific discovery. Hutchinson.
Putnam, H. (2012). Philosophy in an age of science: Physics, mathematics, and skepticism. Harvard University Press.
Quine, W. V. O. (1986). Philosophy of logic (2nd ed.). Harvard University Press.
Steiner, H. (1994). An essay on rights. Blackwell.
Van Parijs, P. (2003). ¿Qué es una sociedad justa? Introducción a la práctica de la filosofía política (J. A. Bignozzi, Trad.; E. Gonzalo, Ed.). Editorial Ariel.
von Mises, L. (2008). Human action: A treatise on economics (4th ed.). Liberty Fund.



