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América Latina

La Argentina real y la Argentina for export

22 de agosto de 2023

Eso que el mundo conoce como Argentina quizá solo sea una entelequia mediática que abarca cerca de 50 o 60 cuadras alrededor del Obelisco de Buenos Aires. Muy poco más allá está la realidad de pobreza y desocupación, de hambre y exclusión para casi la mayoría de un país que fue considerado el granero del mundo.

Hubo un sueño emancipador, sí, pero fue ahogado en sangre por el patriciado local y tan fieles como genocidas ejércitos a mediados del siglo XIX y nuevamente en el siglo XX. Hoy, una vez más, el árbol de la capital-puerto tapa el bosque de la sangrante Argentina profunda.

En ese clima aberrante de desigualdades extremas, Roberto García Moritán, actual legislador de la Ciudad de Buenos Aires –más conocido por ser esposo de la modelo Pampita– lanzó un spot en su campaña electoral proponiendo “una avenida que conecta el norte con el sur de la ciudad. En el medio, un edificio que concentra todos los piquetes protestas y los acampes… Este año tenemos la gran oportunidad de recuperar el orden y la libertad”.

Y para ser más claro, su mensaje señalaba que “la imagen de Evita será relocalizada a cargo del gobierno nacional” (en manos del peronismo, mientras el de la capital es manejado por la derecha). La avenida a la que se refiere es nada menos que la 9 de Julio (la más ancha del mundo), y allí está el edificio del Ministerio de Desarrollo Social, de 22 pisos, en cuyos frentes norte y sur tiene la imagen de la considerada “abanderada de los humildes”, Eva Perón.

(De fondo bien se podría escuchar “No llores por mí, Argentina”).

Lo que sugiere García Moritán (portavoz de muchos de sus correligionarios) es terminar con los reclamos de los trabajadores, de los indígenas, de los sin trabajo, y también con los derechos sociales adquiridos de los argentinos. Ya el expresidente Mauricio Macri instaba en las entrevistas con “dinamitar” todo lo hecho por los gobiernos peronistas.

El piquete es uno de los paradigmas en los cuales se concentra parte de la protesta comunitaria. Consiste en la interrupción –no total ni violenta– del tránsito normal de una vía de comunicación, con el fin de obtener mejores condiciones de vida o al menos que no empeoren las existentes.

El movimiento piquetero argentino nace de una necesidad vital para los trabajadores: la lucha contra el desempleo, que con el neoliberalismo adquirió dimensiones de catástrofe, ante el absoluto abandono de los desocupados y de sus reivindicaciones por parte de la burocracia oficial de los sindicatos. En la medida en que “organiza a los desorganizados”, el movimiento piquetero es un freno al intento de atomizar a la clase obrera a través del desempleo.

La ciudadanía con demandas insatisfechas busca una democracia que la escuche y la siente a la mesa de las decisiones. Esa demanda de legitimidad democrática no es suficiente si no se asocia a una esperanza de mayor bienestar futuro. Y si los gobiernos no lo logran, seguirán los estallidos como en diciembre de 2001, porque sus políticas neoliberales son las que en realidad fabrican a los piqueteros.

No miremos a los pobres, a la gente que vive en la calle y duerme en las recovas y plazas (hasta en los “pitucos” Barrio Norte y Recoleta) y afea las ciudades y deben ser desalojados como residuos, como dice el actual precandidato neoliberal a gobernar la capital, Jorge Macri, primo del expresidente depredador.

El escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada señaló que “bajo el asfalto está la pampa”. Hoy, bajo el asfalto aflora la Argentina del dolor. Sus hijxs, tan invisibles como el cacique Garabombo de Manuel Scorza (fallecido escritor peruano que escribió obras sobre las revueltas campesinas), siguen sin participar del mapa del reparto de riquezas, que cada vez más se inclina hacia las trasnacionales extractivistas y la clase alta empresarial, docta en fuga de capitales y asaltos al erario público.

Quizá los dirigentes argentinos hayan leído a Eugene McCarthy, quien decía que ser político es como ser entrenador de fútbol: “tienes que ser tan listo como para entender el juego y tan tonto como para creer que es importante”.

Lo que en el exterior hoy se nombra genéricamente como “un argentino” no es otra cosa que un arquetipo del medio pelo cosmopolita y urbano, subordinado al mito narcisista de la belleza absoluta y la juventud eterna, que promueven los centros del poder, la moda y el consumo desde el Norte Global, se anima a afirmar Jorge Falcone.

Hay una argentinidad for export, pero también está ese hermano kolla, wichi, aymara, tehuelche, mapuche, guaraní despojado por el agronegocio de la tierra de sus mayores, que no aparece sino folclóricamente en los medios masivos, que difunden el arquetipo genérico de que argentino es oriundo de sus principales ciudades, y particularmente de la capital-puerto.

Para esa argentinidad for export, la normalidad consiste en evadir cargas fiscales en Uruguay, veranear en Punta del Este, viajar a Miami de compras con la excusa de ver jugar a Lionel Messi, intentar asesinar a la Vicepresidenta, opinar desembozadamente que “a los negros que cortan rutas hay que matarlos a todos”, que la política en serio es la que se decide en las urnas.

Vociferan en los pseudoprogramas políticos de la televisión que “la grieta” a superar consiste en lograr la síntesis entre dos expresiones políticas que coinciden en ajustar y reprimir, o que un país civilizado no debería tener a un indio por gobernante. ¿Hay, acaso, algún país europeo –sinónimo de civilizado para ellos– que tenga un indio como gobernante?

También en reuniones de empresarios se preguntan qué va a pasar con el país. ¿Cómo explicar el país for export? O cómo explicar la Justicia en la Argentina. Según el miembro de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Rosenkrantz, “los argentinos están perdiendo la confianza en el Poder Judicial”. Él es uno de los culpables de que eso pase.

Hoy la novedad a la hora de las elecciones –porque de eso se trata “su” democracia– es hacerlo por opciones moderadas. Porque es sabido que para el ciudadano de bien la equidistancia entre capital y trabajo mejora la digestión, la sexualidad y el sueño. La democracia se va quedando sin votantes… Los discursos peronistas o derechistas no se diferencian en el fondo: quizá hayan contratado al mismo publicista extranjero.

Las 18 elecciones ya realizadas en las provincias evidencian una baja participación, que en algunas fue menor al 60%. En varias el voto en blanco fue tercera o cuarta fuerza, como si ningún candidato fuera votable.

Hay quienes sostienen que el gran elector es el Fondo Monetario Internacional (FMI), ya que los primeros cuatro candidatos en las encuestas son “pagadores seriales”, sostenedores de sus políticas. Desde agosto de 2022 Sergio Massa es el ministro del ajuste en cogobierno con el FMI, mientras mantiene sus excelentes relaciones con Washington, en especial con Juan González, director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca.

Por supuesto, también lo son Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, los dos precandidatos presidenciales que compiten por la neoliberal Juntos por el Cambio. Y ni qué hablar el ultraderechista Javier Milei, peores que el proyecto proestadounidense de Massa: se comprometieron a devaluar cuanto antes –con lo que la disparada de precios internos sería alevosa–, y a privatizar las empresas estatales.

También a cortar el gasto público tal como reclama el Fondo, y a disminuir salarios y jubilaciones, y encarar una reforma laboral y otra previsional. Bullrich propuso pedir más deuda al FMI para un “blindaje” similar al fracasado en diciembre de 2001, que dio lugar al estallido social que desalojó (huida en helicóptero) al presidente Fernando de la Rúa de la Casa Rosada.

Y como es obvio, esos ajustes y eliminación de conquistas sociales y laborales requerirán una represión policial y de las fuerzas de seguridad en un nivel mucho más criminal que entre 2015 y 2019.

Hartazgo, desinterés

Pero el rechazo que la sociedad tiene por la actividad política acaso sea el más alto en 40 años de actividad parlamentaria, desde 1983 para acá, cuando los sucesivos gobiernos no han sido capaces de cortar con una política iniciada en 1976 con el golpe de Estado cívico-militar, ese que dejó 30 mil desaparecidos.

Obviamente aquella política impuesta desde Washington hoy se aplica, se ejecuta en otras condiciones. Y uno puede olvidarse de ello hasta que mira los números de la distribución del ingreso y la pobreza en Argentina para saber que se está hablando de básicamente lo mismo.

A alguien se le dio por decir que la democracia que se impuso es un método político que, como cualquier otro, debe ser justipreciado por sus resultados. En Argentina, mientras pretenden no ser lo que son, con escaso poder de convicción y demasiados antecedentes a la vista y en la memoria colectiva, en las elecciones (hasta ahora provinciales) la abstención y el voto en blanco crecen, recuerda Sergio Sinay en Perfil.

Quizá sea que la zozobra de las grandes utopías ha llevado a que recorra el mundo un pensamiento extremadamente sensato, que reivindica formas “humanas” de opresión, a cambio de que los privilegios formales de sus sostenedores sean preservados por las clases dominantes. El abstencionismo se sostiene como síntoma de indignación y la ausencia de una política de poder transformadora

En Argentina, la pendularidad histórica de los sectores que adscriben a este ideario, así como su obscena disposición a saldar un pasado de sangrienta lucha de clases con homenajes póstumos, viene obstaculizando significativamente el camino hacia una transformación de fondo de las estructuras que generan la injusticia social, dice Falcone.

La pobreza ronda al 43% de la población. Se trata de un fenómeno inusual y paradójico a la vez: altos niveles de empleo acompañado de un aumento de la pobreza. La tasa de desocupación del último trimestre de 2022 fue del 6,3% de la población económicamente activa, una de las más bajas de los últimos años, pero la pobreza no siguió el mismo ritmo, y sigue aumentando desde el segundo semestre de 2022.

No hay candidato que enamore, que brinde esperanzas siquiera. La última fue Cristina Fernández de Kirchner, dos veces presidenta y ahora vicepresidenta, perseguida por el lawfare, víctima de una intento frustrado de magnicidio… pero no será candidata.

La eventual defunción del kirchnerismo (al menos en lo electoral), quizá el hecho triste y deplorable para la Argentina popular, debe celebrarla el país burgués: el sistema político, que gestiona con éxito renovado los intereses de la estructura agraria agroexportadora y los intereses trasnacionales –en general financieros y extractivistas–, sigue reinventándose a sí mismo.

Lo que hoy se palpa que esa Argentina burguesa y retardataria sigue construyendo escenarios de legitimación propia que lo ponen al abrigo de amenazas, que hasta ahora siempre se insinuaron pero fueron abortadas por las buenas, por las malas, y por las peores también. Quizá la desesperanza logre convertir la desesperanza en opción de poder político.

Del otro lado del charco (conocido como Río la Plata), Mario Benedetti explicaba en su poema Te Quiero, que “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.


  • Por Aram Aharonian  – Periodista, director del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

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