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El cuerpo de Cristo

El sacramento de la comunión es algo así como la introducción de un chip sobre la fe cristiana en una entidad humana.

11 de mayo de 2023

Para ello, la Iglesia Católica ha inventado esta especie de certificado de compromiso que data del siglo XIII, “recibiendo a Cristo en el corazón” entre los 12 y 14 años, cuando nuestras familias nos preparan para un acontecimiento social parecido al de una fiesta de cumpleaños, en este caso, para celebrar nuestra adscripción a la fe cristiana a través de la matrix comandada desde El Vaticano.  Eso sí, el acceso a la inaugural ingesta del cuerpo y la sangre de Cristo solo es posible si se ha producido el bautismo, a poco de nacer, con los nombres que padres, madres y abuelos deciden llamarnos, y que dan fe de nuestra existencia terrenal anexada al cordón umbilical de la fe. Si nos bautizan y recibimos la primera comunión, se puede decir que quedamos graduados para siempre como católicos apostólicos romanos.

Criados y formateados en la cultura del registro civil igualado al certificado de bautismo de la parroquia en la que nos hicieron chillar con la helada agua bendita que nos vierte un sacerdote en la fontanela, transcurrimos nuestra primera década y algo más de vida, encaminados hacia la comunión, y cuando esta llega, quedan habilitadas las condiciones para decir que somos por igual ciudadanos con cédula de identidad y seres humanos de fe con nuestra comunión color azul desfile para los niños y vestidos blancos angelicales para las niñas. Sobre estos certificados religiosos no estamos en condiciones de decidir por nosotros mismos, a los pocos días de haber llegado a la vida o cuando nos aprestamos a superar el umbral de la infancia hacia la adolescencia. Son nuestros padres o custodios los que deciden que seremos católicos, que creeremos en Dios y en su enviado para salvarnos del pecado por los siglos de los siglos, y de esta manera construiremos en nuestra memoria una conciencia de culpa que conduzca a una existencia condicionada por la salvación que permite el triunfal pasaje hacia la vida eterna. Así reglamentadas las creencias, católicos y católicas practicantes han admitido que la vida no se construye en libertad y autonomía, sino que viene prefigurada por nuestros progenitores.

Para que todo esto pueda suceder, figuran las vocaciones de renunciamiento a los placeres mundanos que harán de los sacerdotes católicos, organizados en distintas congregaciones, nuestros guías y formadores humanistas. Así tendremos consejeros espirituales, trabajadores sociales y en órdenes como la Compañía de Jesús y la de los Salesianos, pedagogos, profesores, labradores del espíritu y guías para descubrir vocaciones.

Los que pasamos por las aulas de colegios católicos sabemos perfectamente que todo lo hasta aquí descrito está bien para los papeles y las apariencias, porque el descarnado mundo nos ha dado ingentes cantidades de ejemplos acerca de que los curas son tan pecadores como quienes no nos sometimos a los votos de castidad y al celibato,  y que detrás de las antiguas sotanas y los modernos cuellos clericales pueden esconderse monstruos como Pica —Alfonso Pedrajas Moreno—, un jesuita ya fallecido al que se ha puesto al descubierto por haber abusado-manoseado-violado a casi 90 niños/adolescentes en centros educativos de Cochabamba.

Para decirlo de manera estremecedora, el cuerpo de Cristo ha sido introducido en nuestras osamentas y almas con el sacramento de la comunión, para que en determinado momento, las noches cómplices en los internados de colegios y escuelas sirvan para que ese recibimiento, digamos espiritual, se materialice en una de las más aberrantes prácticas de las que podamos tener memoria en la historia de los seres humanos y sus creencias: El falocentrismo sacerdotal ha desgraciado tantas vidas infantiles y adolescentes, esas que lucharán hasta el fin de sus días para intentar superar los traumas, tantas veces sin conseguirlo.

La nauseabunda Iglesia Católica boliviana ha demorado más de 72 horas en pronunciarse acerca de este caso narrado con pelos y señales en El País de España y dicen ahora los jesuitas que han separado a ocho de sus componentes y que la investigación debe servir para encontrar a los encubridores, tan violadores por su conducta corporativa como el propio Pica.

Si no se hubiera producido el descubrimiento del caso a través de un familiar indignado, este tema seguiría enterrado en las catacumbas de la impunidad, esa misma con la que en Bolivia se auspiciaron reuniones en la Universidad Católica Boliviana para derrocar a un presidente constitucional en noviembre de 2019. Infiltrados en todos los órdenes de la vida cotidiana, de la vida laboral y en los pasadizos de los poderes político y económico, lo único contundente y definitivo que han conseguido estos curas católicos es que pongamos en profundo entredicho las promesas de un más allá paradisiaco y esplendoroso. Quienes sabemos de diosas y dioses, tenemos la obligación de combatir a estas iglesias tenebrosas hasta el fin de nuestros días.

F. La Razon – Julio Peñaloza

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