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BOLIVIA: 100 DÍAS PARA PONER EN COMA A UN PAÍS

Si el enemigo vence, ni nuestros muertos se salvarán. Walter Benjamin

13 de agosto de 2025

No hay mucho para elegir en estas elecciones. En realidad, casi nada. Aun genera dudas su realización. Según las encuestas, todo se decidiría en favor de la derecha, pero las encuestas se han convertido en lo más fraudulento que hay. Es el negocio de la mediocracia; el infomercial hecho definición de la política, donde se barajan las preferencias de los lobbies para cotizar nuevos acuerdos (con aquellos que pretende, la mediocracia, hacer aparecer como ganadores, aunque no lo sean).

El guion del 2019 se repite, porque es todavía útil y funciona, dejando a todos sin más remedio que rendirse ante el chantaje: si la votación no refleja las encuestas (a pedido), entonces hay “fraude”. Si es así, entonces (con la OEA a la cabeza), las elecciones no serán reconocidas y acusarían al gobierno de inconstitucionalidad, o sea, lawfare en acción.

Los medios critican una democracia débil pero nunca se señalan como los nuevos suplantadores de la democracia, convertida groseramente en negocio. Y aun se desviven por la supuesta falta de democracia, mientras propician a los más corruptos del sistema partidocrático del pasado neoliberal. Reprochan la corrupción actual, pero siempre se han alimentado de ella, haciendo de la información, propaganda, ya sea del gobierno de turno o de los grupos de poder. Incurren en esa corrupción ética y profesional mientras se maquillan la cara de imparcialidad y “objetividad”.

Ya lo dijimos: los medios han hecho de la ciencia política un género literario, y los cándidos “analistas” certifican esa nigromancia, basando la construcción de hipótesis o proyecciones empíricas sobre una ficción: el reino de las encuestas electorales (siendo la manipulación misma).

La ciencia degenera en pseudociencia, pues toma como realidad, la invención que produce la mediocracia. Por eso los fascistas pueden aparecer como “demócratas”, porque el voto (del que hacen “bandera de la democracia”) ya no es más la genuina expresión democrática sino el desplazamiento que hace el cuarto poder de lo político; de ese modo se instala esa ficción mediática como la verdad y los analistas (que para eso les sirven a los medios) sólo saben decir amén a semejante estafa.

Si aún hoy se acude a la cantaleta del “fraude” nunca comprobado (hecho parte de la batería de hipótesis sietemesinas de los improvisados analistas), es para arrinconar y cercar al Estado y, de ese modo, provocar otra interrupción democrática, o sea, otro golpe. Que un gobierno se deje arrinconar de ese modo, sabiendo cómo se operó el golpe híbrido del 2019, ya no es desidia, tampoco incompetencia sino capitulación (porque además nunca desmontó la estructura golpista).

Todo conduce a generar una situación sin opciones posibles. Como en el 2019, el gobierno, en su auto enclaustramiento, ha coadyuvado a un cerco que ya no puede evitar y se ve arrastrado a su propia defenestración, en la peor de las condiciones. Lo advertimos el 2021. No hicieron su tarea, es decir, no hicieron una seria evaluación de las razones por las que se acabó perdiendo legitimidad y cediendo el poder político (y transfiriendo la legitimidad a la derecha) por un golpe que tuvo complicidad interna (como el asedio interno actual). Por ello, las consecuencias de una improvisada gestión, iban a arrastrar al instrumento político a su desmoronamiento y, lo peor (que venimos presenciando), a la fractura del bloque popular.

Al no haber unanimidad en la derecha en el triunfo del cementero, ahora recurren a la figura del empate virtual, entre el Tuto y el cementero. ¿Cuál es la finalidad precisa? Asegurar los dos tercios en el parlamento a favor de la derecha. Eso significa, volver a la “democracia pactada”, es decir, al continuismo de una elite señorial, en un país hipotecado por sus apetitos de nuevo rico.

La misma apuesta promotora del injerencismo imperial, traducida en cerco político a favor de todos quienes estuvieron orquestando el golpe de 2019, al modo de una “revolución de colores”. Cuando el gobierno golpista permite el retorno de la CIA y el Mossad, abría las puertas a quienes, de modo metódico, ya venían actualizando el odio clasemediero al indio (tramitado por los operadores políticos mediáticos).

Como la clase media siempre se constituyó como base de reclutamiento que precisa la oligarquía, para la defensa de sus valores criollo-señorialistas, y así legitimar su condición de elite; ahora es la que apuesta (más que todo, por odio político) a repetir toda la secuela coyuntural que nos llevó a la implantación del neoliberalismo, vía “doctrina del shock”.

Todo se resume en una consigna que ya parece programa de vida del puro resentimiento: acabar con el MAS. Pero eso no significa acabar con un partido sino con lo que promovió: el atrevimiento del indio a disputarle el poder a las elites. En resumen, hasta la izquierda demostró, en los 14 años, sus creencias señorialistas; pues los indios se atrevieron a querer transformar el Estado, prescindiendo de aquellos, aun cuando se reciclaron en una elite impostora que desvió y corrompió la mediación política para mantenerse exclusivamente en el poder.

En un país atravesado por una clasificación social excluyente que, en el fondo, es una clasificación antropológica racializada jerárquica y reductiva, el indio no puede liberarse a sí mismo. Es el q’ara (el espíritu blanco) y sólo él, quien lo puede liberar. Es decir, hasta para liberarse, el indio necesita el beneplácito del patrón, siempre bajo sus condiciones y obligaciones.

El MAS en eso no hizo la diferencia; pero representaba ese atrevimiento hecho programa político y, para colmo, como en la historia de los caciques, demostraron (en sus inicios del “proceso de cambio”) que los excluidos podían administrar el país mejor que la elite burocrática; aunque eso sirvió también para promover un ascenso social que reprodujo los vicios y las mañas de la casta señorial. Pero el pecado mayor no fue ese (porque la corrupción devolvió el poder, de uno u otro modo, a la elite política) sino promulgar la nueva constitución política del nuevo Estado plurinacional, o sea, dar lugar a la posibilidad de un país entre iguales.

Por eso el odio hecho ideología, a nivel global, es la nueva axiología de un mundo en plena putrefacción moral. Para el mundo unipolar, pensar siquiera la igualdad, significa negar sus principios y sus valores. Recordemos, también en la decadencia de Roma, los apologistas del Imperio diseminaron el odio contra quienes afirmaban que todos somos hijos de Dios, o sea, iguales. No sólo el Cesar.

El odio en política sólo conduce a la guerra y esto lo saben muy bien quienes tienen el poder y los medios para provocar la política del odio; cuyo propósito es, y ha sido siempre, la diseminación de oposiciones sin reconciliación posible. Pero eso no se realiza sólo políticamente.

Eso se fue generando con la diseminación invasiva de las iglesias evangélicas; el maniqueísmo y el fundamentalismo actuales es, más que político, religioso. Por eso el odio convertido en política es tan fuerte, porque las creencias no se instalan en la argumentación racional sino en contra de ésta y esto es lo que se precisa para que la política degenere en un agenciador de la desintegración nacional.

Que el “gobierno del cambio” también fue y es cómplice, en sus dos versiones, de este literal asalto que la derecha está disponiendo para remediar, en primer lugar, su desplazamiento del campo político y, en segundo, para ofertar, al modo empresarial, la riqueza que sus socios extranjeros les están demandando (porque ya lo ofrecieron antes de tiempo), demuestra que, perdido el horizonte político, sólo el entreguismo se hace criterio político y referencia (in)moral. En el mundo de los negocios, no hay que perder el tiempo, dicen los apostadores, y eso empieza a pesar en los candidatos que desean ganar a cualquier precio. Las elecciones sólo son una apuesta, pero apuestan lo que no es suyo ni les pertenece.

La pregunta entonces sería: el gobierno, ¿estará dispuesto, por salvarse –a como dé lugar–, a renunciar al poder político sin mayor resistencia? Por otro lado, o tal vez por el mismo, ¿el voto nulo resuelve algo? Siendo una apuesta demasiado riesgosa para la viabilidad estatal, deslegitima un proceso electoral viciado de arbitrariedades; pero al precio de la disolución del campo político y la instalación de los recursos disuasivos del enfrentamiento civil. Esto no haría sino dilatar la incertidumbre por más tiempo. Porque, así como no se reconocería una “democracia pactada”, tampoco correría con mejor suerte un restablecimiento “izquierdista” en el poder político; siendo la ingobernabilidad lo único estable en semejante panorama.

En tales condiciones, el acto electoral no garantiza la continuidad democrática y podría aparecer, más bien, como el detonante de un enfrentamiento exponencial. Pero, como ya dijimos, siempre hemos vivido al borde del precipicio, de milagro en milagro.

En ese sentido, nunca hay que dejar de ceder el protagonismo al pueblo. Su memoria hecha acumulación histórica nos devolverá la perspectiva. Si bien las elecciones sólo son un trámite formal de opciones que se asumen previamente, la legitimidad de esa anticipación apertura el terreno de resoluciones que precisarían la renovación del bloque histórico en bloque político.

Pero esto ya supone un nuevo y más decidido proceso de determinaciones del bloque histórico en el devenir político, o sea, la transformación del campo político. En tal situación, si el MAS, en todas sus versiones, no ha aprendido nada, es urgente que el pueblo, constituido en bloque, dirima este entuerto y abra nuevas sendas en medio del verdadero cerco que se avecina. Lo que está en juego es la vigencia del Estado plurinacional y del sujeto promotor de éste: el sujeto plurinacional. Porque el plan neofascista dictamina: anulamos al sujeto, anulamos su proyecto.

Por eso fueron a Harvard los obedientes, a someterse al plan que deben impulsar. En 100 días hay que destruir todo y dejar que su reconstrucción, como en Gaza, sea prometida (aunque nunca ejecutada) en un futuro indefinido. El cementero lleva la consigna y, como Milei, amenaza a los cuatro vientos. En 100 días estaremos, no como Venezuela o Cuba, como suelen intimidar, sino como Gaza. Esa es la fisonomía de la desobediencia. Por pretender la igualdad, por anhelar un mundo válido para todos y un Estado de acuerdo a la vida.

La Paz, Chuquiago Marka, 13 de agosto de 2025
Rafael Bautista S., es autor de: Hacia la Universalización

de los Códigos del Vivir Bien.

Dirige “el taller de la descolonización”
[email protected]

 

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