LiteraturaOpinión
¿Fue el «Milagro» de Santa Cruz realmente un milagro? ¿Fue un proyecto nacional pagado por el resto de Bolivia?
5 de agosto de 2025
Reseña del libro «Santa Cruz, La mayor inversión boliviana (1825-2000)»
Por: Ricardo Alonzo Fernández Salguero
Para cualquier visitante, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra es el símbolo inconfundible de un éxito. Edificios modernos, franquicias internacionales y una pujante agroindustria que alimenta a gran parte del país pintan la imagen de un «milagro económico». La historia que se cuenta en sus calles es la de un pueblo emprendedor que, abandonado por el gobierno central andino, forjó su propio destino a base de trabajo y visión, transformando una región aislada en el motor económico de la nación.
Pero, ¿y si esa historia no fuera del todo cierta?
Un análisis de casi dos siglos de datos económicos, meticulosamente compilados en el libro «Santa Cruz, La mayor inversión boliviana (1825-2000)» del historiador económico Angel Castro Bozo, presenta una narrativa radicalmente distinta y provocadora. Lejos de un milagro autogenerado, los datos sugieren que el ascenso de Santa Cruz fue, en realidad, un proyecto nacional, la inversión más grande y sostenida de la historia de Bolivia, financiada en gran parte por la riqueza generada en las montañas del occidente del país.
La evidencia, extraída de presupuestos nacionales, balances de bancos estatales y registros de deuda externa, dibuja un cuadro de transferencia sistemática de recursos que desafía la narrativa del abandono.
El argumento más interesante del libro se encuentra en los registros de la banca de fomento estatal, en particular del extinto Banco Agrícola de Bolivia. Sus balances no mienten, durante décadas, la entidad funcionó como el principal motor financiero del agro cruceño, a una escala que eclipsaba al resto del país.
Consideremos las cifras. Entre 1955 y 1959, en los albores de la llamada «Marcha al Oriente», Santa Cruz ya recibía el 37.3% de todo el Crédito Agrícola Supervisado de Bolivia. En comparación, Potosí, un departamento con una vasta población rural, recibía apenas el 1.0% (Castro Bozo, 2013, Anexo 25).
Esta tendencia se volvió abrumadora durante la dictadura de Hugo Banzer Suárez, un líder cruceño, en la década de 1970. En el año pico de 1972, Santa Cruz acaparó un asombroso 80.8% de todos los préstamos del Banco Agrícola. Es decir, ocho de cada diez bolivianos destinados a fomentar la agricultura en todo el país fueron a parar a Santa Cruz, mientras los ocho departamentos restantes se repartían las migajas (Castro Bozo, 2013, Anexo 26a).
Pero, ¿no es lógico invertir donde hay potencial? Un contraargumento común es que el Estado simplemente actuó como un inversor racional, colocando el dinero donde la tierra era más fértil y el potencial de retorno era mayor. Sin embargo, esta lógica ignora la naturaleza de la banca de fomento. Su propósito no es solo buscar la máxima rentabilidad, sino promover un desarrollo equilibrado. Los datos sugieren que la política no fue de inversión equilibrada, sino de concentración extrema. Al destinar recursos tan desproporcionados a una sola región, el Estado no solo «apostó por el ganador», sino que activamente contribuyó a crear ese ganador, a menudo a expensas de las necesidades de desarrollo de otras regiones agrícolas con potencial, como los valles de Cochabamba o Tarija.
Una región no puede prosperar si está aislada. La infraestructura, carreteras, fue la clave que conectó a Santa Cruz con el mundo. La narrativa popular a menudo omite quién pagó por estas obras monumentales. Los datos del libro de Castro Bozo son claros, lo pagó el resto de Bolivia.
La construcción de la carretera fundamental que une Cochabamba con Santa Cruz se financió en parte con un impuesto nacional, un centavo de dólar por cada libra fina de estaño exportado. En otras palabras, la riqueza generada por los mineros en las frías montañas de Oruro y Potosí se utilizó directamente para pavimentar el camino hacia la prosperidad de las cálidas llanuras orientales.
¿No se construyó infraestructura en todo el país? Ciertamente, el Estado invirtió en otras regiones. Sin embargo, el argumento de Castro Bozo se basa en la magnitud y el impacto estratégico. Mientras que muchas inversiones en el occidente estaban orientadas a sostener una industria minera ya consolidada (y en declive), las inversiones en Santa Cruz fueron fundacionales: crearon la conectividad desde cero. El impacto medible es innegable. Entre 1965 y 1990, el transporte de carga por tren en la Red Oriental (Santa Cruz) creció un explosivo 312%, mientras el tráfico en la Red Andina (occidente) decayó en un 24% (Castro Bozo, 2013, Anexo 16). Esta divergencia muestra que la inversión en el oriente no fue simplemente «una más», sino la que redefinió el mapa económico del país.
El Anexo 27 del libro revela la magnitud de esta política. En 1985, en el pico de la hiperinflación, el gobierno destinó el 74.3% de todas sus divisas a tasa preferencial para el sector agropecuario cruceño (Castro Bozo, 2013). Esto permitió a los agroindustriales importar tractores, semillas y tecnología a un costo artificialmente bajo, protegiéndolos de una crisis que devastaba al resto de la economía nacional. Mientras un ciudadano común luchaba por conseguir dólares en un mercado negro descontrolado, la élite agroexportadora tenía acceso privilegiado a la divisa barata gracias al Estado.
El análisis fiscal de Castro Bozo culmina con las Balanzas Fiscales de 2004, que muestran a Santa Cruz como el departamento con el mayor superávit del país (+388 millones de dólares) y a Potosí con un profundo déficit (-44.6 millones de dólares) (Castro Bozo, 2013, Anexo 28).
Entonces, ¿el esfuerzo cruceño no cuenta? Este es quizás el contraargumento más sensible. La tesis de Castro Bozo no niega el trabajo, la innovación o el ánimo emprendedor de los cruceños. De hecho, el autor reconoce que, sin ese dinamismo local, la inversión estatal habría sido estéril. Lo que su análisis sugiere es que todo esto no surgió en el vacío. Fue catalizado, nutrido y multiplicado por un flujo sin precedentes de capital, infraestructura y subsidios estatales. El talento local fue la chispa, pero el Estado boliviano proporcionó el combustible en cantidades masivas. La pregunta que plantea el libro no es si hubo esfuerzo cruceño, sino si ese esfuerzo por sí solo puede explicar la escala y velocidad de la transformación. Los datos sugieren que no.
¿Y las regalías del 11%? La lucha por las regalías es un hito del civismo cruceño. Sin embargo, los datos muestran que su importancia ha sido sobredimensionada en el imaginario popular.
En la mayoría de los años, el Impuesto Nacional a los hidrocarburos, que iba al tesoro central, era significativamente mayor que las regalías que quedaban en la región. Por ejemplo, en 1991, el Impuesto Nacional (70.1 millones de dólares) superó en un 47% a las regalías (47.6 millones de dólares) (Castro Bozo, 2013, Anexo 22). Esto significa que la mayor fuente de financiamiento no fue la conquista regional, sino la riqueza nacional administrada por el Estado.
El «milagro» de Santa Cruz, según esta evidencia cuantitativa, no fue un evento espontáneo ni un acto de magia. Fue una construcción, una inversión estratégica, deliberada y costosa, pagada por toda una nación. Fue, como concluye el título del libro, la mayor inversión de la historia de Bolivia.
Pero, lejos de ser un arma para avivar viejos agravios, comprender esta historia económica compartida puede ser, en realidad, el cimiento más sólido para la unión de los bolivianos. Reconocer que el motor económico de Santa Cruz fue irrigado con el capital generado por el sacrificio minero del occidente no disminuye el mérito del ánimo emprendedor ni el valor de los brazos migrantes que labraron la tierra; por el contrario, revela una profunda e ineludible interdependencia. Esta nueva comprensión invita, a todos los bolivianos, a superar el relato de la confrontación por uno del pacto, un pacto donde se reconoce que, en diferentes momentos de la historia, una región ha sostenido a la otra, y que el éxito actual del oriente es un activo nacional, una inversión que ahora puede y debe contribuir al desarrollo equilibrado de la nación entera. Al final, la evidencia no habla de deudores y acreedores, sino de un solo cuerpo llamado Bolivia, cuya fortaleza reside en la capacidad de sus partes para nutrirse y fortalecerse mutuamente, construyendo juntas un futuro más próspero y equitativo para todos. Pronto, esperemos también invirtamos en otras regiones por su potencial futuro.
Referencia
Castro Bozo, A. (2013). Santa Cruz, La mayor inversión boliviana (1825-2000). La Paz, Bolivia: Centro de Estudios para la América Andina y Amazónica (CEPAAA).
Nota: Hice un resumen y análisis que estará disponible en el primer comentario para ver más datos, tablas, cifras interesantes. Del libro.
El artículo fue publicado originalmente el 25/07/25



