América Latina

El exitoso fracaso de Milei

Pasada una elección intermedia de gravedad quirófano, solo un milagro —la intervención divina del “destino manifiesto”— puede salvar la parodia de milagro económico de Milei

27 de octubre de 2025

Argentina, por enésima vez, está convulsionada. La libertad de sobreprometer se fue al carajo.  Y con ella tropiezan al abismo los ídolos con pies de barro. El legendario Charly García publicó en 1982 una canción (‘Superhéroes’) profética del momento actual: «Hay un horrible monstruo con peluca / que es dueño en parte / de esta ciudad de locos / hace que baila con la banda en la ruta / pero en verdad les roba el oro». Javier Milei, quien enriqueció a pocos a costa de muchos con su turbocapitalismo de cuates, lucha por sobrevivir. De la terapia de choque pasó a una terapia intensiva, con respiración asistida por Estados Unidos. El pronóstico de vida del modelo económico es reservado.

El cuadro clínico pocas veces es más lúgubre. La inflación no cede a tasa interanual de un dígito y en cambio repunta en comparativo mensual. La manufactura cierra plantas y lastra capacidad holgada. El desempleo alcanzó el nivel más alto en cuatro años y el capital huye del país. Indicadores vitales como el tipo de cambio, el riesgo país y las tasas de interés de corto plazo registran malestar general. El PIB del segundo trimestre cayó 0.1 por ciento en clave trimestral y hay pistas de que podría sumar un segundo periodo contractivo en el tercer trimestre. En suma, los fundamentales macroeconómicos lucen tan frágiles como el ego del presidente.

El colapso de un milagro económico que nunca fue encuentra raíces explicativas en un pecado original: la sobrevaluación del peso argentino. Domar la inflación no es en sí tan difícil: enfrías el consumo con superávit fiscal, restringes la oferta monetaria con mano pesada del banco central y aprecias el peso para importar barato. Ciertamente, Milei encontró éxito parcial. Empero, mermó las exportaciones manufactureras, deprimió la inversión física e incitó una sobreacumulación de inventario del campo al primer olor a devaluación. Las reservas internacionales, en alta demanda por el pago de la deuda exterior —Argentina debe casi 57 mil millones de dólares al FMI— cayeron a niveles desaconsejables. Con el resultado electoral adverso en la Provincia de Buenos Aires, las averías de la motosierra ganaron escrutinio y desataron cuestionamientos. La terapia de choque estaba agotada y el oxígeno escaseaba.

Fue entonces cuando intervino Estados Unidos. En un tango disfrazado de milonga por la picardía de Trump, el Tesoro estadounidense salvó al peso argentino mediante la venta de dólares y una línea de canje por hasta 20 mil millones, además de un préstamo equivalente con Wall Street, sujeto a un acuerdo sobre el colateral empeñado. Por si fuera poco, Trump irritó a los ganaderos estadounidenses con la promesa de importación de carne argentina. A cambio del salvataje, Bessent exigió cortar lazos con China y un acceso preferencial al uranio y a las telecomunicaciones de Argentina. Además, la Casa Blanca condicionó la continuidad del oxígeno a una victoria electoral de La Libertad Avanza, sin precisar el escenario mínimo esperado. Sin recato, Trump declaró que “Argentina está muriendo”. Antes que rescatar a la nación, Trump conectó a Milei y su programa económico a la respiración asistida de Washington.

Con o sin poder de veto presidencial para defender el programa, Argentina ya no depende de sí misma, como no dependía México en 1994-95 cuando intervino Estados Unidos. Su futuro está en manos del Tesoro, del FMI y de la suerte; lo que decidan e impongan.

Aún con el espaldarazo, Milei perdió la confianza indispensable para sostener su programa. El banco Morgan Stanley ventiló su escepticismo de que la banda cambiaria “lleve a un equilibrio de cuenta corriente”, y cree que flotar el peso es inevitable. Entretanto, la consejera editorial del Financial Times Gillian Tett advirtió que “lo que está ocurriendo [con el salvataje] es una forma descarada de imperialismo financiero”, y subrayó la resistencia que Trump enfrenta en su propia base. Maurice Obstfeld (PIIE), reputado economista, desconfía del Tesoro y avizora insostenibilidad: «América Latina es un museo de intentos fallidos de estabilización cambiaria […] Lamentablemente, es probable que Argentina repita en su fase final una historia triste, a pesar del apoyo que Estados Unidos logre reunir». En pocas palabras, los demonios del mercado andan sueltos.

¿Había otra salida a la terapia de choque? El economista Paul Krugman dice que la Argentina es indescifrable: «Para ser justos, no tengo una gran estrategia alternativa que proponer. La política económica argentina se ha visto obstaculizada por conflictos políticos internos durante toda mi vida adulta […], y no tengo ni idea de cómo puede escapar de esa trampa». En realidad, sí había opciones sobre la mesa. Subir impuestos directos, en particular a la riqueza y los ingresos de los más ricos, era una salida posible —no exenta de riesgos—. A diferencia de los impuestos directos, habrían cobijado a los pobres mientras despresurizaban la inflación a costa del consumo privado no esencial, sin distorsionar las tasas de interés ni hundir la inversión pública. Un mayor peso tributario en la economía habría reducido el riesgo de moratoria soberana, mejorado el grado crediticio y evitado desmembrar el Estado. En definitiva, una política fiscal progresiva habría calmado el descontento popular galvanizado por la promesa incumplida de que el ajuste recaería en la casta (Milei dixit).

La obra pública, hoy congelada y depreciándose, significaba consumo presente y capacidad productiva futura. En cambio, ya pasado el temblor, lograr un crecimiento económico elevado y sostenido tras la caída de 1.7 por ciento del 2024 luce inalcanzable. Condicionada por la presión a devaluar, Argentina crecerá 3 por ciento este 2025 si le va bien, supuesto cada vez más heroico. Con todo, la economía no retornaría ni al tamaño del 2022, mientras que el PIB per cápita caería junto al poder adquisitivo, hundido por el colapso del peso. “Parecerse a Alemania en 20 años” resultó otra promesa emanada de la fuente de eterna inverosimilitud que es Milei.

Aunque el gasto público era una salida keynesiana a la recesión, Milei estaba doblemente condicionado para eso: (1) por su ideología libertaria y su votante y (2) por los intereses enquistados deseosos de privatización y jugosos retornos a su inversión. En cambio, la Casa Rosada indujo sufrimiento innecesario con su darwinismo social. Ciertamente, el fiasco tiene una cruz de la moneda: distanció a China, creó un superávit pasajero, enriqueció a unos cuantos, eximió al macrismo y posicionó el temor al kirchnerismo como causante de crisis. En sus propios parámetros, Milei logró un exitoso fracaso.

Con o sin poder de veto presidencial para defender el programa, Argentina ya no depende de sí misma, como no dependía México en 1994-95 cuando intervino Estados Unidos. Su futuro está en manos del Tesoro, del FMI y de la suerte; lo que decidan e impongan. Y en la vorágine poselectoral, una lección destaca: la terapia de choque y la motosierra son instrumentos ideológicos de exiguo a nulo éxito. Como profetizaba Charly García en 1982, “hacen que bailan con la banda, pero en verdad roban el oro”. Pasada una elección intermedia de gravedad quirófano, solo un milagro —la intervención divina del “destino manifiesto”— puede salvar la parodia de milagro económico de Milei.

Mario Campa

 

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