América Latina

El ascenso de la derecha en América Latina: ¿fatiga democrática o fracaso de las izquierdas?

En los últimos años, América Latina ha sido testigo de un fenómeno inquietante: el ascenso de fuerzas de derecha en países donde, hace apenas una década, los proyectos progresistas parecían sólidos, con respaldo popular y legitimidad histórica

28 de agosto de 2025

Esta tendencia plantea una pregunta incómoda para quienes seguimos apostando por las transformaciones sociales desde la izquierda: ¿se trata de una fatiga democrática de nuestros pueblos o del fracaso de las izquierdas gobernantes que no lograron materializar las profundas transformaciones que prometieron?

La derecha no gana por sus méritos propios —no ofrece un horizonte emancipador ni un modelo que saque a la región de su condición dependiente—, sino porque la izquierda, en varios casos, terminó desdibujando su proyecto transformador. Gobiernos progresistas en países como Perú, Chile o Argentina optaron por una gestión moderada, centrada en administrar la pobreza en lugar de cambiar la matriz extractivista y dependiente. Así, las bases que alguna vez los acompañaron con entusiasmo comenzaron a desencantarse, no porque abrazaran el ideario conservador, sino porque sintieron que sus luchas y sueños no fueron materializados del todo y de manera estable. Y por supuesto Estados Unidos en la sombre y poniendo su sello en todo para materializar la derrota.

Perú: democracia sitiada a balazos

El caso peruano es paradigmático. El gobierno progresista de Pedro Castillo, electo democráticamente, fue cercado desde el primer día por el Congreso, los poderes económicos y mediáticos, y finalmente destituido en lo que consideramos un golpe de Estado parlamentario. La golpista Dina Boluarte asumió en un contexto de enorme ilegitimidad, y la represión brutal de las protestas dejó un saldo trágico: 60 personas muertas, 1.300 heridas y 600 detenidas. Este episodio evidencia que, más allá de los errores de conducción de Castillo, existe un sistema dispuesto a todo con tal de impedir un verdadero proyecto popular… y detrás de esos golpes, la mano peluda del Imperio.

Argentina: el ajuste como reality show

En Argentina, la situación no es menos preocupante. La llegada de Javier Milei al poder refleja el malestar con una izquierda que, en el gobierno, no logró aliviar las penurias de millones frente a la inflación y la crisis estructural de la deuda. Hoy, jubilados, trabajadores y estudiantes protagonizan movilizaciones masivas contra un ajuste feroz que amenaza derechos básicos. La paradoja es que el campo popular, debilitado y fragmentado, no encuentra aún una fuerza cohesionada que pueda frenar esta ofensiva neoliberal.

El bolsillo ha sido, una vez más, el campo de batalla. El peronismo de 2023 no cayó por la anti política ni por la campaña del miedo, sino porque la inflación perforó el último dique de la paciencia social. Cuando el dinero se evapora más rápido que el café en la olla, los votantes se aferran a cualquier salvavidas, incluso a un libertario de TikTok con motosierra en mano. Milei no emergió de un laboratorio ideológico, sino del cansancio cotidiano.

El gobierno de Luis Arce convirtió la narrativa del “milagro económico” en una tragicomedia: inflación alimentaria cercana al 100%, filas interminables para conseguir gasolina y un dólar paralelo que duplica al oficial

Hoy, el ajuste se ha convertido en un espectáculo televisivo, con represión incluida contra jubilados y estudiantes, vetos a aumentos de pensiones votados en el Congreso y protocolos “antipiquetes” que evocan más a la doctrina de seguridad nacional de los 70 que a un manual democrático del siglo XXI.

Bolivia: suicidio a cámara lenta

Bolivia enfrenta una coyuntura igualmente dolorosa. Lo más grave no es solo el riesgo de que la derecha retome el poder, con todo lo que ello implicaría para desmantelar los avances del proceso de cambio. Lo más dramático es que gran parte de la responsabilidad recae en las propias divisiones internas del progresismo.

En lugar de fortalecer la unidad, la dirigencia se enfrascó en disputas personales, rivalidades y pugnas que debilitaron al proyecto que alguna vez hizo soñar al continente. La historia enseña que ninguna transformación profunda resiste cuando sus protagonistas se desgastan en luchas internas. Lo que debió ser un debate fraterno para corregir errores terminó siendo una competencia destructiva, que abrió espacio a las élites conservadoras y a las injerencias geopolíticas externas.

El gobierno de Luis Arce convirtió la narrativa del “milagro económico” en una tragicomedia: inflación alimentaria cercana al 100%, filas interminables para conseguir gasolina y un dólar paralelo que duplica al oficial. Resultado: el proceso de cambio que alguna vez enamoró a dos tercios del electorado hoy se derrumba en manos de una oposición rancia que promete, Biblia en mano, devolver el Estado a los mismos oligarcas de siempre.

Chile: del sueño constituyente a la desilusión

En Chile, la llegada de Gabriel Boric representó la posibilidad de sepultar de una vez la Constitución heredada de Pinochet. Sin embargo, la épica constituyente se diluyó en dos plebiscitos perdidos, dejando al país con la misma carta magna y al progresismo sin relato. El fracaso no fue solo institucional, sino simbólico: la incapacidad de construir una narrativa convincente para las mayorías. No solo dentro del país, sino también para la izquierda fuera de este.

Ecuador: el campeón de la traición

El premio mayor, sin duda, se lo lleva Lenín Moreno. Electo con el programa de Rafael Correa, terminó gobernando con el FMI bajo el brazo. Si su objetivo secreto fue dinamitar el progresismo ecuatoriano desde adentro, merece la medalla de oro. Para luego consolidarse  la derecha con un gobierno oligárquico y fascista encarnado en Daniel Noboa, ese “niño mimado” de las élites cuyo único mérito ha sido convertirse en el artífice del mayor fraude electoral en la historia del Ecuador.

Resumen: Catálogo de autogoles

  • Perú: tras la caída de Castillo, la represión de Boluarte dejó más 60 muertos y más de mil heridos. El Estado militarizó la política y creyó que los balazos resolverían lo que décadas de exclusión no resolvieron. El modelo extractivo, intacto, aplaude desde el palco.
  • Chile: Boric ganó gobierno y convención, pero terminó con dos plebiscitos perdidos y la Constitución de Pinochet intacta.
  • Argentina: Milei convirtió el ajuste en espectáculo, con represión incluida contra jubilados y estudiantes.
  • Bolivia: lo trágico no es el regreso de la derecha, sino el espectáculo de un campo popular suicidándose a cámara lenta.
  • Ecuador: Moreno, el presidente que fue electo con el progresismo y gobernó con el FMI.

La resistencia en medio de la tormenta

Aunque la región atraviesa retrocesos y riesgos evidentes, aún existen gobiernos que se mantienen como faros de resistencia en medio de la tormenta. Cuba, Venezuela y Nicaragua, pese a bloqueos, sanciones y campañas de deslegitimación, han logrado sostener sus procesos políticos y consolidarse como referentes de una izquierda que no renuncia a la soberanía nacional, la dignidad de sus pueblos y la búsqueda de justicia social frente a un orden global que insiste en subordinarlos.

Conclusiones: el futuro en disputa

El avance de la derecha en América Latina no es un fenómeno inevitable. Es, sobre todo, el resultado de nuestros propios errores, de las renuncias a los cambios de fondo y de las divisiones internas. Pero también es una advertencia; allí donde la izquierda se aleja de su proyecto histórico de justicia social, surge la oportunidad para que los sectores conservadores y derechistas retomen el poder y apliquen recetas que siempre recaen sobre los más humildes.

Una América Latina de izquierda significa pensiones dignas para los jubilados, universidades abiertas para los hijos de los trabajadores, salud y educación públicas que no dependan del bolsillo, redistribución de la riqueza frente al saqueo de unos pocos y soberanía frente a los dictados del Imperio y las élites locales. En otras palabras, significa la diferencia entre un continente condenado a sobrevivir y uno capaz de soñar con justicia, dignidad e igualdad.

El desafío urgente para las fuerzas progresistas es recuperar el rumbo, retomar la radicalidad democrática y popular, y recordar que lo que está en juego no es solo la alternancia electoral, sino el futuro de nuestros pueblos, sin hegemonías ni robo de nuestros recursos naturales. La historia nos enseña que cuando la izquierda se mantiene fiel a sus banderas, los más pobres no solo votan, sino que se movilizan y defienden el proyecto porque sienten que es suyo. Esa sigue siendo la clave para que América Latina vuelva a ser, no la promesa incumplida del Sur, sino el faro de esperanza del mundo.

La izquierda en América Latina representa, primordialmente, la soberanía y la dignidad de los pueblos, libres de injerencias extranjeras y con la convicción de no ser jamás el patio trasero del Imperio.

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