Política

El debate de los espejos rotos: Falacias, contradicciones y la crisis de liderazgo que ahoga a Bolivia

7 de julio de 2025
En un clima de alta tensión económica y polarización política, el esperado debate presidencial «Uno Decide 2025», celebrado la noche del 6 de julio, se convirtió menos en un foro de propuestas para el futuro de Bolivia y más en un crudo espejo de sus fracturas presentes y sus fantasmas pasados. Sobre el escenario de Red Uno, cinco de los principales candidatos se enfrentaron en una batalla donde las estrategias retóricas, las falacias lógicas y las contradicciones biográficas eclipsaron la discusión de soluciones viables para una nación en crisis. El evento dejó al electorado con una pregunta inquietante: ¿puede un país avanzar cuando sus líderes parecen atrapados en sus propias narrativas, incapaces de escapar del peso de su historial?
Johnny Fernández, de la Alianza Fuerza del Pueblo, apostó por la figura del outsider (cuando no lo es y su popularidad cayó en SCZ por su mala gestión), un fiscalizador moral ajeno a los pactos de la «vieja política». Su momento más dramático llegó cuando, blandiendo un papel, denunció un supuesto «pacto secreto en Boston» entre sus rivales. Sin embargo, en lugar de detallar el contenido, utilizó el documento como un arma para descalificar. Con ello, ejecutó a la perfección una táctica de manual conocida como la falacia de «envenenar el pozo», que consiste en sembrar la desconfianza sobre los oponentes para invalidar sus argumentos de antemano, sin necesidad de ofrecer pruebas verificables. La incoherencia de su postura, no obstante, reside en su propio pasado, pues su cercanía anterior con figuras del poder tradicional, como Evo Morales, debilita su autoproclamada independencia y expone su imagen de «fiscalizador» a críticas de oportunismo.
El expresidente Jorge «Tuto» Quiroga, de la Alianza Libertad y Democracia, intentó proyectar la imagen del «estadista experimentado», el único con la credibilidad internacional para pilotar la tormenta. Su estrategia defensiva se centró en un mantra: «no mirar por el retrovisor». Sin embargo, esta misma frase se convirtió en su mayor debilidad. Al ser cuestionado por indicadores negativos de su gestión, recurrió a una excusa contextual, atribuyendo los malos resultados a una «crisis regional» (cuando existe endogeneidad, en pobreza extrema cuando el resto la disminuía aquí aumentaba). Esta evasión de la responsabilidad directa, combinada con su insistencia en mirar hacia adelante, crea una tensión irresoluble. Cada vez que se defendía, se veía obligado a justificar su pasado, demostrando que no puede escapar del mismo retrovisor que pide a los demás ignorar. Su argumento se basó en una constante apelación a su propia autoridad, un recurso que pierde fuerza cuando el historial que la sustenta es precisamente el objeto del debate.
Una disonancia similar entre imagen y realidad marcó la participación de Samuel Doria Medina, candidato de Alianza Unidad. Posicionándose como un empresario exitoso ajeno a la política, prometió una gestión eficiente para resolver la crisis «en 100 días». Su argumento central se apoyó en un falso dilema, una falacia que reduce opciones complejas a dos alternativas: «los políticos buscan a sus amigos, yo busco a la mejor gente». Esta dicotomía artificial lo presenta como el único meritocrático, pero choca frontalmente con su biografía. Haber sido seis veces candidato presidencial y ministro de Estado hace que su lema de «no soy político» suene hueco, revelando la que es quizás su mayor vulnerabilidad. Su credibilidad, anclada en el éxito empresarial, comete además el error de asumir que la lógica del mercado es directamente transferible a la gestión pública, un ámbito con complejidades sociales y políticas que el mundo corporativo no contempla.
No menos audaz, pero lógicamente más problemático, fue Manfred Reyes Villa, de Súmate. Posicionado como un gestor pragmático con resultados probados, lanzó la propuesta más controvertida de la noche: prometer bajar el precio de la gasolina a cinco bolivianos precisamente «levantando la subvención». Esta afirmación constituye una grave incoherencia lógica, pues la eliminación de un subsidio estatal, por definición, provocaría un alza drástica en el precio final, no una reducción. La propuesta, demagógica en su núcleo, fue un ejemplo de cómo los titulares de campaña pueden desafiar las leyes básicas de la economía. A esto sumó una apelación a la popularidad como prueba de idoneidad «he ganado siete veces, por algo será», un argumento que confunde el respaldo electoral con la validez de sus ideas.
Eduardo del Castillo, erigido como el rostro de una supuesta «renovación» del Movimiento al Socialismo (MAS), desplegó una defensa hermética del modelo que ha gobernado Bolivia por casi dos décadas. Su estrategia se basó en una versión particularmente perniciosa de la falacia de «apilar las cartas», que implica presentar datos selectivos para construir una narrativa engañosa. Exhibió el aumento del salario mínimo como un trofeo irrefutable, mientras ocultaba deliberadamente el andamiaje que lo sostenía: una bonanza de materias primas ya extinta. Omitió la contraparte tóxica de ese mismo modelo: un déficit fiscal galopante, un endeudamiento récord y una alarmante escasez de dólares que hoy asfixia a la economía. Aquí radica su contradicción más flagrante: se presenta como un nuevo comienzo, pero su discurso no es más que un eco del pasado, una defensa a ultranza de las mismas políticas que condujeron a la crisis actual. Su renovación es meramente cosmética, un cambio de rostro para perpetuar un sistema que se niega a evolucionar. Esta incapacidad de introspección alcanzó su clímax en el momento más revelador de su participación. Al ser presionado para nombrar un solo error de su gobierno, su negativa fue absoluta. No se trató de una simple evasión, sino de un acto de negacionismo político que lo presenta no como un reformador, sino como un guardián dogmático de un legado incuestionable. Al hacerlo, Del Castillo no solo critica a sus oponentes por «hipotecar el futuro», sino que se niega a admitir que la abultada factura del presente fue firmada por su propio partido.
Y Andrónico o Eva Copa ni fueron.
Lo que ya sabemos de ellos, es que no hay propuestas, hay pseudopropuestas, para que una propuesta sea auténtica, ha de cumplir los siguientes criterios:
1. basamento fuerte en evidencia, debe respaldarse en metaanálisis,
2. debe construir a partir de lo primero modelos contextualizados,
3. crear miles de escenarios sensibilizando todas las variables y
4. mostrar sus limitaciones y suposiciones.
Ningún candidato lo hace, sus electores tampoco lo exigen.
Al apagarse las luces del estudio, el debate «Uno Decide 2025» no dejó un camino claro para Bolivia, sino un mapa de las trampas retóricas y las contradicciones profundas que definen su liderazgo político. Para los votantes, la tarea de discernir entre promesas inviables, pasados sin autocrítica y defensas falaces se ha vuelto, casi imposible. La noche no fue sobre el futuro, sino sobre la dificultad de construir uno creíble.
Por: Ricardo Alonzo Fernández Salguero
Puede ser una imagen de texto que dice "(Alianza) fialacins ouisider Johnny Ealuacia রাलाত nyenenar (Alianza Incoherencias® contradicciones ponetiles Puchla) imngen "Insrulizindor" pactoschoc con pr6pю nstonal social. 'Tuto" poderes lension mresoluble poliiica caian falacin retrovisor" বল Samuel Medina म лO único puede politos buscun eycapu bistorial, hace Unidad) concretn desviando uaw partido retutar nuestos evedencin brogralia, presidencial (propia). publoo imagen historial caTpara mayor Manfred Reyes Villa (Sumate) promesa cuestionable simplista misma 'apilar Eduardo Custillo cartas'. debberudunented modch conлю alSocialismo) luknesa discurso mínimo) total Cuando resta redibibdad pile sobre Itiliza] falacia wa นตา hombre paja: debatir a subre valver Estado niselda αиra obiernto"

Banner Alcaldia Tarija

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba