
22 de agosto de 2025
Cuando las derechas celebran la derrota de las izquierdas no lo hacen precisamente porque con ello los pueblos se beneficien de las ofertas neoliberales o de propuestas para sacarles de la pobreza. Si celebran es porque asumen lo que creen es su patrimonio: el poder total, el control del gobierno para impedir la continuidad de un modelo de redistribución, no de acumulación en un solo sector.
En Bolivia, tras el resultado electoral del domingo pasado, está riesgo la soberanía, sus recursos naturales y todo lo alcanzado durante la gestión política de Evo Morales, que no fue poco: la constitución de un Estado Plurinacional, la mayor estabilidad política de toda su historia, un crecimiento económico por encima de sus vecinos en la región y políticas públicas para hacer realidad la justicia social, en toda la extensión de la palabra.
Después de 20 años de desarrollo exitoso del proyecto político del primer presidente indígena, interrumpido primero por un Golpe de Estado y después por la desastrosa administración de su sucesor, Luis Arce Catacora, la derecha asumió que eso no era democracia, que se había instalado un régimen excluyente (precisamente en un país con la marginación crónica desde hace 200 años) y con el Estado como el “propietario de la vida y la economía de la gente”, como dice ahora el ganador de la primera vuelta, Rodrigo Paz. De ahí que apelar a la supuesta reparación de la democracia, para los dos finalistas de los comicios del domingo 17 de agosto, solo es una de las tantas argucias de las derechas para la recuperación de sus privilegios, la instalación de sus fobias y racismos, así como la alineación con las directrices de la Casa Blanca. Todo ello sin descontar con la usurpación de los recursos naturales, como fue la larga historia de explotación minera de Bolivia antes de 2005.
ya se advierte la instalación de una “democradura”, un sistema autoritario y represivo, tal cual se vive actualmente en Ecuador, con la venia de las transnacionales y de EE.UU
La inhabilitación de Evo permitió a esas derechas sumar el 70 por ciento de los votos. Como seguramente se unirán en temas puntuales de común acuerdo, tendrán mayoría calificada en la Asamblea Nacional para revertir todas las transformaciones profundas del periodo gobernado por el MAS, en su versión más auténtica y popular. Y para ello no les importará el principio de la “no regresión de derechos”, la eliminación del Estado Plurinacional (como ya hicieron durante la dictadura de Jeanine Añez) y la proscripción del mismo Evo, además de la aniquilación de la institucionalidad creada a favor de los derechos de los indígenas y de los sectores populares en general.
Más allá de la disputa por la segunda vuelta, en el camino ya se advierte la instalación de una “democradura”, un sistema autoritario y represivo, tal cual se vive actualmente en Ecuador, con la venia de las transnacionales y de EE.UU. Ni Paz ni Jorge Quiroga serán tolerantes o respetuosos de los derechos y políticas públicas alcanzadas, porque las derechas bolivianas han demostrado, más de una vez, ser sanguinarias ante la mínima reacción del pueblo en caso de la aplicación de medidas ortodoxas bajo el supuesto de salir de la crisis económica, cuyo responsable no solo es Arce, sin dejar de sentar su enorme comprometimiento con las élites bolivianas.
Entonces, si la democracia boliviana, en su estricto sentido (el poder del pueblo), ahora se moviliza con la narrativa de las derechas y con el respaldo de militares proimperialistas, por delante tendremos la “actualización” de un régimen desconstituyente que no se pudo sostener durante la dictadura de Añez. Y ello, a la larga, también significará para Evo y sus seguidores un enorme reto para la reconstitución de una organización para resistir la arremetida y recuperar el instrumento de lucha en la búsqueda del poder bajo las normas que imponga la “democradura” derechista.