América Latina

La popularidad de Milei se erosiona: la desaprobación avanza

Un 53,7% de la población desaprueba ya la gestión de presidente libertario, el nivel más alto desde diciembre de 2023. La evaluación del gobierno sigue la misma tendencia

24 de septiembre de 2025

A poco más de un mes de las elecciones legislativas del 26 de octubre, Javier Milei enfrenta su momento más delicado desde su llegada al poder. El mandatario ultraliberal experimenta una caída pronunciada de apoyo popular. Según la última encuesta de Atlas Intel para Bloomberg realizada entre el 10 y el 14 de septiembre, un 53,7 % de la población desaprueba ya su gestión, el nivel más alto desde diciembre de 2023. Su aprobación ha retrocedido por tercer mes consecutivo y se sitúa en el 42,4%.

En paralelo, la evaluación del gobierno sigue la misma tendencia: más del 55% lo califica como negativo, frente a un 40% que lo valora de forma positiva. El dato confirma que el desgaste va más allá de la figura presidencial y alcanza a la gestión en su conjunto.

El retroceso también se refleja en las intenciones de voto para las elecciones legislativas. Según la encuesta, La Libertad Avanza todavía lidera con un 39,8% de apoyo, pero la ventaja sobre la coalición peronista Fuerza Patria (35,6%) se redujo a sólo 4,2 puntos. En julio la diferencia era de 11,2. El oficialismo conserva la primera minoría, aunque en retroceso constante.

La erosión socioeconómica por el ajuste es el factor más corrosivo de la popularidad de Milei: la inflación puede haber bajado en los gráficos oficiales, pero en la calle la vida se volvió impagable

El deterioro de la imagen de Milei está atravesado por múltiples frentes. En el que atañe a la corrupción, el golpe más duro ha involucrado a su propia hermana y secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, protagonista del último escándalo de corrupción sobre ser la beneficiaria de supuestas “coimas del 3%”

Las acusaciones difundidas en agosto, han reconfigurado la percepción pública sobre las prioridades nacionales: el 53% de los argentinos señala hoy a la corrupción como el principal problema del país, muy por encima del desempleo (32%) y la inflación (31%). Pero si bien la corrupción –la misma que Milei ha denunciado siempre en su discurso “anticasta”– amenaza con terminar de hundir la credibilidad de su propio proyecto, es la erosión socioeconómica por el ajuste el factor más corrosivo de su popularidad.

Estabilidad cambiaria: un acto de fe

Recientemente, el peso argentino superó por primera vez la franja de flotación acordada con el FMI, cotizándose –al cierre de este artículo– a 1.474 por dólar, frente a los 364 al inicio de la gestión. Esta nueva depreciación refleja no sólo la fragilidad macroeconómica, sino también la contradicción central de la política económica de Milei. Como señala el economista Guillermo Oglietti (CELAG Data) en este artículo, el gobierno ha subordinado toda su estrategia a un único objetivo: bajar la inflación “a costa de todo”.

La aprobación de Milei ha retrocedido por tercer mes consecutivo

Ese objetivo, explica Oglietti, tiene dos pilares. El primero, de naturaleza fiscal, se basa en un ajuste feroz que no recorta tanto el gasto como su calidad: jubilados con pensiones de subsistencia, universidades desfinanciadas, provincias sin margen para invertir y un endeudamiento creciente que hipoteca a las generaciones futuras. En este esquema, la recesión no es un daño colateral, sino una herramienta deliberada: menos actividad significa menos consumo de dólares.

El segundo pilar es el frente monetario y cambiario. Entre el arsenal de medidas el economista menciona la ventas de dólares a futuro, el endeudamiento externo, los blanqueos fiscales, entre otros. Todo con un único fin: sostener artificialmente un dólar barato para evitar que la devaluación se traslade a los precios.

Inflación a la baja, ¿pero a qué costo?

Milei no sólo exhibe la reducción de la inflación como “victoria”, también presume de que la clásica correlación entre el aumento de los precios y la devaluación parece haberse debilitado. Pero, como advierte Oglietti, esta “desconexión” no responde a un milagro económico, sino al empobrecimiento social con costos devastadores para la mayoría de los argentinos: los salarios reales siguen en caída, con un poder adquisitivo cada vez más reducido, el desempleo y la pobreza avanzan y la vida cotidiana se encarece cada día.

La recesión no es un daño colateral, sino una herramienta deliberada: menos actividad significa menos consumo de dólares

Datos recopilados por el CELAG Data, muestran que las tarifas de gas, electricidad y agua se han multiplicado en menos de dos años a niveles inéditos. Entre noviembre de 2023 y septiembre de 2025:

  • Gas: pasó de 2.826 a 21.667 pesos, un aumento de más del 660%.
  • Electricidad: subió de 3.323 a 28.341 pesos, un 750%.
  • Agua: de 5.385 a 31.170 pesos, un 478%.

El golpe también alcanza a los servicios de telecomunicaciones: la tarifa de internet casi se duplicó (de 13.665 a 25.000 pesos) y la de telefonía móvil se disparó de 7.060 a 44.930 pesos, un salto superior al 530 %. Incluso el costo del entretenimiento cotidiano creció: una suscripción básica de Netflix pasó de 4.896 a 11.999 pesos, más del doble.

El transporte público, clave para los sectores populares, muestra aumentos igual de pronunciados. El boleto mínimo de colectivo en la Ciudad de Buenos Aires trepó de 53 a 526 pesos (un alza del 894%), mientras que el pasaje de subte escaló de 74 a 1.071 pesos, y el tren de 24 a 280. Incluso los peajes de acceso al área metropolitana se triplicaron: de 250 a 700 pesos.

Los números hablan por sí solos y, para muchos votantes, esta es la verdadera vara para medir la gestión Milei: la inflación puede haber bajado en los gráficos oficiales, pero en la calle la vida se volvió impagable. El “sinceramiento” tarifario, alineado con las exigencias del FMI, golpea con mayor dureza a la clase media y a los sectores populares urbanos.

El problema es mayor: no hay estrategia real ni sostenible. Un eventual salto brusco del dólar podría catalizar una nueva ola inflacionaria y un incendio social –ya propagado – difícil de contener. Como advierte Oglietti, el gobierno, por ahora, sólo busca “ganar tiempo y llegar a (las elecciones de) octubre sin que se dispare el dólar”. En esa tensa espera, la moneda –más que un termómetro social– se ha transformado en la última línea de defensa de la gobernabilidad de un presidente cuya confianza ciudadana se erosiona, lenta pero inevitablemente.

Crismar Lujano
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