
29 de agosto de 2025
Por décadas, la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA) ha sido presentada por la propaganda estadounidense como el “baluarte en la lucha contra el narcotráfico global”, proyectando una imagen de agentes de élite desmantelando cárteles y protegiendo a la nación de los ultra peligrosos carteles del narcos. Sin embargo, los propios informes oficiales de la DEA —el National Drug Threat Assessment (NDTA) de 2024 y 2025— revelan una verdad devastadora: Estados Unidos no es víctima del narcotráfico, sino un narcoestado estructural, donde la producción, consumo y lavado de dinero de drogas están profundamente entrelazados con su economía, sistema financiero y política exterior.
Más aún, la DEA no combate el narcotráfico, sino que lo administra, lo encubre y lo legitima, mientras criminaliza a otros países como Venezuela sin evidencia. Los informes de la DEA confirman que Estados Unidos es autosuficiente en la producción de marihuana, tanto para el mercado legal como ilegal. Lejos de depender de importaciones, el país produce una marihuana hiperpotente, modificada genéticamente para maximizar su adictividad. Según el NDTA 2024, el contenido promedio de THC ha aumentado de 1% en 1977 a 16% en 2022, un salto de 15 veces en potencia. También admite que el mercado ilegal de marihuana mantiene precios estables, a pesar de la inflación y el aumento de potencia, lo que indica un abastecimiento pleno y redes logísticas eficientes, sin ningún tipo de interferencia federal, este escenario convierte a EE.UU. en un «oasis de drogas», donde el consumo se normaliza.
La agencia reconoce que los blanqueadores de divisas en suelo estadounidense prestan servicios a cárteles transnacionales, utilizando criptomonedas, transferencias espejo, bienes raíces y otras herramientas integradas al sistema financiero del país. Ciudades como Miami, Los Ángeles y Nueva York son epicentros de estas operaciones, con inmobiliarias que canalizan dinero narco hacia propiedades de lujo. Sin embargo, en lugar de asumir responsabilidad, la DEA desvía la culpa hacia «sistemas bancarios clandestinos chinos», una narrativa que intenta proteger al sistema financiero estadounidense. Esta hipocresía es evidente: si EE.UU. es el nudo central del lavado de dinero, la responsabilidad recae en sus propias instituciones, no en actores externos.
A pesar de las acusaciones políticas de EE.UU. contra Venezuela, tildándola de «narcoestado», los informes de la DEA no mencionan al país ni como productor, corredor o centro de lavado de dinero. Las rutas del narcotráfico, según el NDTA, se originan en Colombia, Perú y Bolivia, pasan por México o el Caribe, y culminan en EE.UU., con California como principal punto de entrada. Venezuela no aparece en ningún punto de esta cadena, un silencio que desmiente categóricamente las acusaciones de Washington.
La única referencia a Venezuela es la mención marginal del cacareado «Tren de Aragua» en el NDTA 2025, pero sin vincularlo al tráfico internacional de drogas. Esta inclusión parece más un gesto propagandístico que un hallazgo basado en inteligencia. Aún más revelador es la ausencia total del supuesto «Cartel de los Soles», una ficción política que no figura en ningún informe de la DEA, demostrando que es una invención para justificar sanciones y hostigamiento contra Venezuela. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) corrobora esta omisión, confirmando que Venezuela no es un actor relevante en el narcotráfico global.
La agencia “antidrogas” omite además cualquier mención de complicidad en sus instituciones fronterizas, aduanales o financieras, a pesar de que el ingreso masivo de drogas implica necesariamente infiltración en estos sistemas. Este silencio no es un descuido, sino un encubrimiento deliberado para – aun siendo una mentira evidente – vender la imagen de un EE.UU. «limpio». Por contraste, la DEA detalla minuciosamente las operaciones de cárteles mexicanos o de cualquier otro país, legitimando intervenciones en el extranjero mientras ignora las redes de distribución y lavado dentro de sus fronteras, es como si al traspasar las fronteras estadounidenses la droga simplemente desapareciera.
Mientras EE.UU. se presenta como una víctima sufrida, los documentos de sus propias organizaciones revelan que es el principal beneficiario y administrador del narcotráfico global. Si realmente desea combatir este flagelo, debería dejar de buscar enemigos ficticios, asumir su responsabilidad e intervenir el Congreso desde donde se controla el negocio más rentable de los sucesivos gobiernos gringos.
Por David Cu