El discurso indígena en la disputa electoral: entre la captura simbólica y la resistencia desde abajo

30 de mayo de 2025
En Bolivia, la palabra “indígena” ha dejado de ser una categoría simplemente identitaria o cultural. Se ha transformado en un dispositivo discursivo e ideológico en disputa, instrumentalizado y vaciado de contenido emancipador por los actores políticos, tanto del oficialismo como de la oposición. De cara a las elecciones generales de 2025, esta instrumentalización no solo se intensifica, sino que desnuda la profunda contradicción entre el discurso y la práctica política de las élites que gobiernan (o aspiran a hacerlo).
Desde la refundación del Estado Plurinacional en 2009, el discurso indígena se institucionalizó como un símbolo nacional y, en apariencia, como un triunfo del reconocimiento. Sin embargo, lo que en un principio surgió de las luchas históricas de los pueblos originarios ha sido progresivamente vaciado de su potencia transformadora. El “vivir bien”, la “Pachamama”, la “democracia, economía y justicia comunitaria”, y otras nociones que emergen del pensamiento ancestral fueron reducidas a eslóganes decorativos de una gestión estatal que nunca dejó de reproducir la lógica extractivista, el autoritarismo vertical y la democracia representativa liberal burguesa.
El Movimiento al Socialismo (MAS), en sus diversas fracciones internas –arcistas-castillistas, evistas (ahora Pan-Bol), androniquistas (ahora Alianza Popular) e incluso eva copistas (Morena)–, continúan proclamándose herederos y representantes del sujeto indígena-campesino-originario. En la actual pugna por el control del partido, distintas figuras intentan legitimarse como “los verdaderos” portadores de esa voz histórica, apelando incluso a marcadores fenotípicos y simbólicos –como el uso de vestimenta tradicional, el quechua o el aymara en mítines, o la mención reiterada a las bases campesinas– como forma de disputar la autenticidad. Sin embargo, esta disputa es menos una defensa del sujeto indígena en su complejidad y más una estrategia de captura simbólica, funcional a la conservación del poder o en busca del mismo.
Por otro lado, la oposición derechista, en su enorme fauna –Tuto Quiroga (Alianza libre), Samuel Doria Medina (Alianza Unidad), Manfred Reyes Villa (APB-Sumate), Rodrigo Paz (PDC), Paulo Rodríguez (LP), Jaime Dunn (NGP) y Jhonny Fernández (UCS)– carente de vínculos históricos con los pueblos originarios y con un pasado marcado por el racismo colonial y la exclusión sistemática, ha optado por simular una relación con lo indígena. Lo hace a través de la folklorización vistiéndose con ponchos, chulos y adoptando rituales andinos en sus campañas o utilizando candidaturas satélites con apellidos originarios que sirvan de ornamento simbólico. Todo esto en un intento de disputar votos en zonas rurales o construir una imagen más “inclusiva” que maquille su carácter profundamente conservador y elitista.
En ambos casos, lo indígena se transforma en un recurso discursivo disponible en el mercado electoral, no en un sujeto político autónomo. Esta situación plantea riesgos profundos. Por un lado, la homogeneización forzada del “pueblo indígena” como un bloque abstracto, borra sus diferencias y distinciones internas, sus contradicciones políticas y sus luchas específicas. Por otro, la polarización étnica inducida (Ej. evistas vs. arcistas, “leales” vs. “traidores”) impide la construcción de una unidad política e incluso más amplia entre sectores explotados, fragmentando el bloque popular en función de lealtades simbólicas particulares y no de intereses materiales generales.
En este contexto, urge recuperar el carácter político y subversivo del sujeto indígena-originario-campesino, no como un ícono cultural o una pieza de utilería electoral, sino como una fuerza social viva, con capacidad de cuestionar tanto el modelo económico de capitalismo de Estado periférico extractivista como el andamiaje institucional heredado del colonialismo. Esto implica, también, descolonizar la forma en que se habla de lo indígena: ni como víctima pasiva ni como héroe idealizado, sino como agente de cambio que puede (y debe) disputar el horizonte político organizándose desde abajo y con independencia política.
El desafío no está en elegir entre una “versión” del indígena o la otra. Está en dejar de instrumentalizar lo indígena como discurso, y comenzar a construir –desde la praxis comunitaria– una política que se base en la autodeterminación, la transformación estructural del Estado y la economía nacional. De lo contrario, las elecciones de 2025 solo serán una puesta en escena más donde los de siempre hablan en nombre de otros, mientras los verdaderos protagonistas de la historia siguen siendo silenciados por el ruido electoral.

Por C. Ernesto Peñaranda Sánchez